“Unos Magos venidos de Oriente se presentaron en Jerusalén preguntando: -¿Dónde está el Rey de los judíos que ha nacido? Porque hemos visto salir su estrella y venimos a adorarlo”.
Para muchos será suficiente escuchar o leer estas palabras para hacer un gran momento de oración pues reúne todas las condiciones para hacerlo: Adoración y contemplación, alabanza y súplica, entrega y ofrecimiento.
Para vivir la Navidad, nos hemos puesto en camino con María y José de Nazaret a Belén. Han llegado a Belén y han buscado posada y han encontrado una cueva donde refugiarse porque se le cumplía la hora a María y dio a luz un Hijo y lo envolvió en pañales y lo recostó en un pesebre porque no había sitio para ellos en el mesón. Después los ángeles rodeados de luz, envueltos en una luz celestial, les anuncian a unos pastores la Buena Nueva: “Hoy en Belén de Judá, os ha nacido un Salvador, el Mesías el Señor” y corrieron al portal y encontraron –fijaros el orden en el que lo cuenta el Evangelio- a María, José y al Niño.” Y por último unos Magos de Oriente después de sus peripecias para llegar al portal: “Entraron en la casa, vieron al Niño con María, su madre, y cayendo de rodillas lo adoraron; después abriendo sus cofres, le ofrecieron regalos: oro, incienso y mirra.”
Tenemos las tres escenas centrales de la Navidad, que nos sirven para contemplar en estos días junto con la del anuncio del ángel, la visita a Isabel y el anuncio en sueños a José. Pero estas tres son en las que hemos reposado en estos días pues son tan deliciosas para meternos en escena como si presente me hallase de la mano de José y María para quedarnos extasiados ante el Niño que nos muestra la Madre para que, como los magos, caer de rodillas y adorarlo.
Y esto es lo que podemos hacer en este día dejando a un lado los regalos que pueden distraernos como le pasaba a Santa Teresita pendiente de lo que iba a encontrar en los zapatos hasta que oyó que aquel año sería el último y en lugar de enfadarse, como lo cuenta ella misma, había entrado la caridad en su corazón, que no es otra cosa que el entrar de Jesús Niño de tal forma que todas las demás cosas carecían de valor frente al que había recibido la noche de Navidad.
También nosotros buscamos en estas escenas del Evangelio, la gracia de Teresita, la de los Reyes Magos, para caer de rodillas y adorarle y ofrecerle todo lo mejor de nuestra vida como hicieron los pastores, con sus dones, los magos con el oro, incienso y mirra, como Rey, como Dios, como verdadero Hombre; como Teresita, que le abrió su corazón para que fuese también su Rey, su Dios y Hombre a quien seguir, amar, servir hasta entregar su vida. Dice ella que desde entonces fue feliz.
También nosotros si ante el portal hacemos lo mismo, nos ocurre igual pues cuántas veces nos hemos puesto allí, hemos salido gozosos porque al darlo todo, se experimenta esa misma felicidad.
Hagamos la prueba una vez más, guiados por la estrella entremos al portal y envueltos de la luz celestial que emana de la escena, invitados por una gracia especial, nos entregaremos como Él, como su Madre, como José y saldremos radiantes como los pastores a contarlo a todo el mundo: “Hemos visto al Mesías, somos sus testigos”.
Acabemos con la oración de la Misa: “Que tu luz nos disponga y nos guíe siempre -la de la estrella que alumbró un día en cada uno- para que contemplemos con fe pura y vivamos con amor sincero el misterio en el que participamos.”
Y que un día todos los pueblos (en estos días bautizaban a un niño chino y le ponían por nombre Pablo, que significativo pensaba que era esto, si él con el tiempo pueda ser un evangelizador de tan inmenso pueblo) por medio de la estrella, conozcan por la fe y puedan contemplar un día, cara a cara, la hermosura infinita de Dios.
Pongamos a María como la estrella que nos guíe siempre en el camino. Amén.