Empezamos nuestra oración invocando al Espíritu Santo: “Ven Espíritu Divino e infunde en nuestros corazones el fuego de tu amor”.
Para tu rato de oración de hoy te propongo que te pongas en lugar del paralítico. Me gustaría que al pensar en el paralítico no te fijes en la parálisis del cuerpo sino fundamentalmente en la parálisis del alma. La parálisis del alma se da cuando nuestro corazón está oscurecido por el pecado y no somos capaces de ver a Dios en lo que nos rodea porque hemos perdido la gracia y el ánimo del corazón para poder echar a andar nuestra alma. Debemos imitar al paralítico y acudir al lugar adecuado para echar de nuevo nuestra alma a andar. Él hizo lo correcto y acudió al templo para ponerse a tiro de Jesús. Lo mismo podemos hacer nosotros, acudir a la Iglesia que es donde encontramos a Cristo. Él es el único que puede curar nuestra parálisis y activar nuestro ánimo y darnos la verdadera felicidad. La manera por la cual Dios obra ese milagro en nosotros es por medio del sacramento de la confesión. Así, con su perdón, volvemos al Amor primero y nos cura de la parálisis.
Otro punto con el que también puedes orar es que examines cómo está tu amor al prójimo. ¿Qué está permitido en sábado?, ¿hacer lo bueno o lo malo?, ¿salvarle la vida a un hombre o dejarlo morir? En nuestro alrededor tenemos muchos hermanos nuestros que están deseosos de un consuelo, de compañía o de una palabra de aliento que le anime. No hace falta mirar muy lejos; familia, amigos compañeros de estudios o de trabajo. ¿Qué hago por ellos?, ¿me importan de verdad y me preocupo por ellos?, ¿vivo de verdad mi fe o soy sólo una limpia fachada, como quedan retratados los fariseos en el Evangelio?
Te pido Madre Santísima que intercedas por mí ante el Señor para que Él me dé un corazón limpio y me dé la gracia abundante de reconocerle en mis hermanos. Amén.