Confía en el Señor y haz el bien. Sea el
Señor tu delicia.
Pues podríamos pasarnos mañana todo el
rato de la oración saboreando el Salmo que nos propone la liturgia del día o
quedarnos con algunas de sus frases. Os propongo estas dos iniciales para
comenzar y que podrían estar como telón de fondo, como ideas que nos
llegan desde el silencio al corazón. Repetirlas una y otra vez,
incluso de otra manera, con nuestras palabras. Esto es otra forma de orar.
Señor, tu eres mi delicia. En ti todo lo puedo. Nada temo, porque Tú estás
conmigo.
Acompañarlas con imágenes, que nos
calienten el corazón, que nos muevan sensiblemente.
Sea el Señor mi delicia. Se nos ocurren tantas imágenes que nos deleitan, que nos entran por
los sentidos y nos colman de paz y felicidad. Cada uno podría recurrir a
las que más le ayuden. A mí me vienen algunas que os brindo. Cuando uno en esos
de marcha en el campamento después del esfuerzo, llega a la cumbre, sediento se
para a descansar y le ofrecen algo de beber o una fruta jugosa, llena de
zumo. Se queda un rato contemplando, mirando el horizonte infinito y saborea
las delicias del Señor. Cuando uno en estas navidades se ha podido reunir en
familia o con el amigo que hacía tiempo que no veía y se llena la escena de
sonrisas, recuerdos, vivencias. Uno no quiere que se escapen esos deliciosos
instantes. Escenas de niños gozosos recibiendo sus primeros reyes, madres que
han dado a luz y ensimismadas no separan la mirada del niño. Pues eso quisiera
yo tener presente mañana junto al Señor. Ponerme muy cerquita del sagrario y
saborear el paso de Jesús por mi vida. Cuando estoy cerca del Señor en la
oración todo se torna delicioso.
El salmo también nos anima a tener
confianza, a que si llegamos a la oración en otra disposición, pidamos
ayuda al Señor. Él incluso nos ofrece su mano en las caídas, quiere
asegurar nuestros pasos, porque su alegría es nuestra alegría. Él es nuestro
alcázar y nuestro refugio.
Él sabe que el camino de nuestra vida no
es sencillo, que buscamos muchas veces saciar nuestro corazón con otras
delicias. No importa, si vuelves. Él nos dice que salva a aquellos que se
acercan y acogen a Él.
Puede ser también nuestra oración una
súplica que salga del corazón. “Te daré lo que suplica tu corazón” continua el
salmo. La cuestión más importante cuando uno se acerca a orar: ¿Qué suplica mi
corazón? ¿Qué busca mi corazón? Decirle Señor mío y Dios mío, a quien
iremos. Señor yo quiero estar cerca de Ti, yo quiero que reines en mi corazón.
Así pues pedir y pedir, Él sin que nosotros nos demos cuenta, en silencio va
acrecentando su amor en nosotros, Él va haciendo germinar la semilla de la
gracia. A nosotros nos queda abonarla, no secarla, dejarla crecer, echar ramas
donde otros puedan cobijarse, hacer su nido.
Pero como nos dice la primera lectura,
todo esto que parece tan bonito y tierno no es tan sencillo. Debemos cuidar
nuestros sentidos, imaginación, nuestras actividades cotidianas. Debemos
pertrecharnos en la oración, hacernos amigos fuertes de Jesús porque los
tiempos son de combate, porque la vida no es sencilla y no hay que ser
ingenuos. Pero siguiendo el texto del evangelio: Nosotros no somos gente que se
arredra para la perdición, sino hombres de fe para salvar el alma. Ánimo y a
disfrutar en la oración.