Nos ponemos en la presencia del Señor en
esta mañana de domingo y hacemos un acto de amor grande hacia este Dios nuestro
que nos quiere tanto.
Hoy tenemos dos grandes motivos que nos
pueden hacer reflexionar: por un lado las sugerentes lecturas de la misa de hoy
y por otro el comienzo de estos 8 días de oración por la unidad de todos los
cristianos.
Dios sigue llamando hoy de muchas
maneras, y hasta se hace el encontradizo en cualquier situación para que
oigamos esa llamada. Estoy totalmente seguro que todos los que estáis leyendo
estas reflexiones habéis sentido la llamada de Dios en algún momento de vuestra
vida: algunas veces no las sabemos entender, como el pequeño Samuel y otras
hemos rehuido esa llamada por el miedo que nos daba.
Dios, cuando llama, es porque está
seguro de nuestra vocación; y además NUNCA se arrepiente. Por eso la vocación
nunca se pierde, se puede enquistar y hasta parece que Dios se ha olvidado de
mí; pero no es cierto: siempre estamos en la mente de Dios y guía cada momento
de nuestra vida.
Esta vocación, esta llamada puede ser a
la vida consagrada; pero la mayoría de las veces es una vocación a la santidad
a través de la consagración mediante el Bautismo que todos hemos recibido. Por
ello ser santos en el lugar donde Dios nos ha puesto es cumplir la voluntad de
Dios, sea en el sacerdocio, en la vida consagrada o en el matrimonio.
Déjate seducir por la llamada de Cristo
en este rato de oración; escucha su voz y que te invita a seguirle de cerca:
“venid y lo veréis”, y pasaron con Él todo el día.
Por otra parte hoy comienzan los ocho
días que la Iglesia dedica a rezar para que se logre la unión de todos los
cristianos. Te invito, no sólo a rezar, sino también a ofrecer un sacrificio
diario por esa ansiada unidad.
Algunos de vosotros, este próximo
verano, vais a vivir una experiencia en tierras de Gales. Os invito a rezar
para que el fruto de unidad se logre en esas tierras, que podamos rezar junto a
los católicos y a los demás cristianos que viven allí.