Escribe Juan de Ávila que Dios nos habla por sus enviados en el
Antiguo y Nuevo Testamento excepto en el Evangelio que nos habla directamente,
por sí mismo. “Lo que en otras partes ha dicho, ha sido hablar Él por
boca de sus siervos; y lo que habló en la humanidad que tomó, háblalo por su
propia persona.” (San Juan de Ávila-Audi, Filia).
Nos ha
comentado Francisco, que al iniciar la oración pidamos al Espíritu Santo la
gracia de recordar y entender el mensaje del Evangelio. No olvidemos ese
consejo. “Cuando vosotros leéis todos los días —como os he
recomendado— un trozo, un pasaje del Evangelio, pedid al Espíritu Santo: «Que
yo entienda y recuerde estas palabras de Jesús». Y después leer el pasaje,
todos los días... Pero antes, esa oración al Espíritu, que está en nuestro
corazón: «Que recuerde y entienda»”.
Al leer el
evangelio de hoy: “En verdad, en verdad os digo: vosotros lloraréis y
os lamentaréis, mientras el mundo estará alegre; vosotros estaréis tristes,
pero vuestra tristeza se convertirá en alegría”. Me he acordado de la
segunda bienaventuranza: “Bienaventurados los que lloran, porque ellos
serán consolados”.
¿Es bueno
llorar?, me pregunto. Si lloras porque has perdido la esperanza, si ya no
confías en el amor, esas lágrimas te están destruyendo por dentro.
Si tu
llanto es por percibir el amor de Dios al que sientes que no has correspondido,
o si lloras por un sobrecogimiento por la verdad, por una resistencia contra la
mentira y el mal, una especie de ira que reclama en tu interior la justicia.
Esas lágrimas curan, pues nos enseñan a esperar y amar de nuevo. Estas lágrimas
las representa Pedro, alcanzado por la mirada del Señor, rompe a llorar con
lágrimas sanadoras.
En el
pasaje del evangelio de hoy los discípulos lloran por percibir que el mal pueda
vencer, al percibir la ausencia del Maestro. En su interior Jesús ha sembrado
un inconformismo con el mal, una oposición al aturdimiento de la conciencia.
Finalmente, el consuelo y la alegría reaparecerán cuando se vuelvan a encontrar
con el Amado, entonces “ellos serán consolados”.
En los
Hechos de los apóstoles, Pablo sintió la tristeza por aquellos corintios que se
oponían a su palabra y “respondían con blasfemias” y es consolado cuando
el Espíritu le manda a pescar en otras aguas y los gentiles creen en el Señor,
así como otros muchos corintios.
“El Señor
revela a las naciones su victoria”. Aquí está la alegría de aquellos
que no perdieron la esperanza, confiaron en el amor y sus lágrimas fueron
sanadoras.
Quedémonos
leyendo, meditando, orando y contemplando estos pasajes que hoy la Iglesia ha
seleccionado para ti.