“Concédenos vivir siempre de la alegría de la Resurrección de Jesús”:
Hemos pedido esto días atrás en la Eucaristía. La alegría de Jesucristo
Resucitado ha de estar siempre presente en nuestras vidas. En la oración
sacerdotal, Jesús dirá al Padre: “ahora voy a ti, y digo estas cosas en el
mundo para que tengan en sí mismos mi alegría colmada”. Vamos a tratar de
meditar en algunos rasgos de esta alegría de Jesús que Él quiere que tengamos
en nosotros.
Lo primero
que descubrimos es que la alegría de Jesús y de los cristianos se abre paso a
través del dolor y de la tristeza. Ninguna tristeza es invencible si Jesús está
con nosotros. Él nos ayuda a pasar de la tristeza a la alegría unidos a Él, que
transformó las angustias de su Pasión en el gozo de la Resurrección. El
evangelio nos pone el ejemplo de la mujer que da a luz: sufre los dolores del
parto, pero estos son olvidados por la alegría del nacimiento de su hijo. Del
mismo modo, las dificultades que experimentamos, las cruces que llevamos pueden
dar paso a un nuevo nacimiento, a una irrupción de Dios en nuestras vidas, a
una cosecha de nuevos frutos. Lo estamos escuchando en los Hechos de los
Apóstoles: los sufrimientos apostólicos de san Pablo, como dolores de parto,
dan a luz nuevas comunidades de cristianos en las ciudades de Asia menor y de
Grecia.
En la
oración de este día podemos hacer un doble ejercicio: Preguntarnos cuáles son
nuestras tristezas, lo que en nuestra vida nos desazona e inquieta. Ponerlo a
la luz de la resurrección del Señor y pedirle que nos ayude a verlo con sus
ojos, a vivirlo con Él, para que nos ayude a entrar en su alegría, en su gozo
colmado. Después, mirar a nuestro alrededor y tomar las dificultades de
nuestros familiares, amigos… Pedir para cada uno de ellos con esperanza:
“Señor, ayúdale a pasar de la tristeza a la alegría…”.
El
evangelio nos sigue diciendo: “volveré a veros, y se alegrará vuestro corazón,
y nadie os quitará vuestra alegría”. Hagamos resonar en nuestro corazón esta
promesa. Nos está diciendo que la razón de nuestra alegría es ver a Jesús, como
la tristeza es perderle y dejar de verle. Por eso, si Él está con nosotros,
toda noche es iluminada por su luz, toda tristeza transfigurada en esperanza,
toda cruz queda herida de resurrección.
“María,
causa de nuestra alegría, haznos testigos de la alegría de Jesucristo
resucitado. Que ninguna tristeza sea mayor en nuestras vidas que la alegría de
la resurrección de tu Hijo. Tú que pasaste de la angustia del corazón
traspasado de dolor al gozo desbordante de la Pascua, intercede por nosotros,
llévanos en tu Corazón Inmaculado”.
El gran
músico Bach compuso una cantata titulada: “Jesús, alegría de los hombres”: