“Gloria al Padre, al Hijo y al
Espíritu Santo”
De esto se trata en este domingo en
el que celebramos, como el final de la Pascua, a las tres personas divinas y
las glorificamos como artífices de la Obra de la Redención. Gloria a los tres
en este día. Honor, gloria, alabanza, bendición, adoración, alegría y
ensalzarlas debe ser nuestra oración contemplativa recorriendo cada una de
ellas, ayudándonos de una de esas pinturas y esculturas extraordinarias en las
que los artistas han echado el resto para tratar de trasmitirnos el papel que
han desempeñado de forma tan maravillosa y misteriosa; pero, por mucho que se
ha intentado explicar, el pensamiento humano es incapaz de abarcar y, ¡mira que
se han escrito obras sobre ello!
Sólo los santos, lo místicos, los
padres de la Iglesia, los doctores nos han dado noticia de ello.
Podemos empezar nuestra oración como
todos los días: “Que todas mis intenciones”. Pero hoy también con la señal de
la cruz bien hecha, diciendo: “En el nombre del Padre”; mientras la
mano derecha se eleva hacia la frente donde tenemos la cabeza, el cerebro y
pensamos las funciones que tiene y lo relacionamos con el Padre, Creador, que
lo ha pensado a la perfección y para la perfección del hombre, fuente de Amor,
lleno de amor, que nos ha mirado y ya sabemos cómo es su mirada. Lo hacemos con
la mano, —“mano blanda” como dice san Juan de la Cruz en una de sus estrofas
del Cántico Espiritual—, mano que vemos alarga en las obras de arte para dar
comienzo a la Obra de la Creación. Y “por la señal de la santa Cruz” nos
hacemos la primera en la frente, en memoria de Él.
“Del Hijo”; y hacemos el primer trazo o brazo en señal de que
descendió de los cielos, se hizo hombre para que en Él viéramos al Padre. Si
nos signamos hacemos la segunda cruz sobre la boca: “La Palabra del Padre” que
es el Hijo, que nos lo ha revelado. Los textos de san Juan de estos días
pasados de las lecturas de la misa dan muchas notas de esta relación del Padre
y el Hijo. Hay un momento que Jesús nos dice: “El Padre os quiere”. Qué
impresionante este mensaje del Hijo para nosotros para ir por todo el mundo
diciendo: “El Padre os quiere, lo ha dicho Jesús” o como dice en otros lugares:
“Dios es amor”; “Tanto amó Dios al mundo que entregó a su Hijo”.
Cuando nos santiguamos, el segundo
trazo con el que acabamos es el horizontal que va de hombro a hombro mientras
pronunciamos “y del Espíritu Santo” y arrancamos del corazón
los diestros. Es el fuego de amor que simboliza a la tercera persona que el
pasado domingo celebrábamos en la fiesta de Pentecostés. Uno de los signos del
Espíritu es el fuego con sus propiedades. Pero si nos signamos, la tercera cruz
la hacemos en el pecho y la aplicamos al Espíritu Santo.
¡Qué símbolo más completo de nuestra
fe, qué confesión de fe para todo momento de nuestra vida, la señal de la cruz!
Y podemos decir:
“El Dios uno y trino / misterio
de amor, / habita en los cielos y en mi corazón”.
“Al Padre, al Hijo y al Espíritu /
Acorde melodía eterna, / honor y gloria por los siglos / canten los cielos y la
tierra”.
Digamos con san Pablo: “¡Abbá Padre!
Pues hemos recibidos un espíritu de hijos de adopción y ese mismo Espíritu, da
testimonio a nuestro espíritu de que somos hijos de Dios; y si hijos, también
herederos; herederos de Dios y coherederos con Cristo; de modo que, si sufrimos
con él, seremos también glorificados con él”.
Para acabar la oración digamos con la
Virgen en este mes de ensueño: “Gracias al Padre, gracias al Hijo, gracias al
Espíritu Santo. Gloria a la eterna Trinidad y adoramos a la Unidad en su poder
y grandeza, por Jesucristo Nuestro Señor”.