Ofrecimiento inicial: Señor, que
todas mis intenciones, acciones y operaciones sean puramente ordenadas a tu
servicio y alabanza.
Petición: Conocimiento interno del
Señor, que por mí se ha hecho hombre y se ha entregado a la muerte, para que
más le ame y le siga
El evangelio de hoy presenta el
tercer anuncio de la pasión y, de nuevo, como en las veces anteriores, muestra
la incoherencia de los discípulos y su incapacidad de comprender a Jesús (cf.
Mc 8,31-33 y Mc 9,30-37). Mientras que Jesús insistía en el servicio y en la
entrega de su vida, ellos seguían discutiendo sobre quién sería el mayor y
quién tendría el primer puesto en el Reino. Los discípulos, y yo me cuento
entre ellos, seguían siendo ciegos y sordos al Evangelio que les presentaba
Jesús. A pesar de la convivencia de varios años con Jesús, todavía no habían
renovado su manera de ver las cosas. Miraban hacia Jesús con la vieja mirada.
Querían una recompensa por seguir a Jesús.
Juan y Santiago se acercan a Jesús
para pedirle que les conceda sentarse en su gloria, uno a su derecha y el otro
a su izquierda. A nosotros nos cuesta entender esta petición; a los otros
discípulos, también, pero por distintos motivos. Jesús acababa de abrir, una
vez más, su corazón, para revelarles y prevenirles sobre lo que le iba a pasar
próximamente en Jerusalén. Ellos, sin inmutarse, siguieron a lo suyo. ¿Cuántas
veces me pasa eso delante del Sagrario? Jesús quiere comunicarme sus deseos de
amor y de bien, para que los extienda por el mundo, y yo… a lo mío. Cuantas
veces voy a la oración envuelto en mi yo, mis preocupaciones, mis cosas, y paso
el tiempo sin salir de ahí, dando vueltas y vueltas como burro atado a la
noria. Cuantas veces me descubro en mis ratos de oración perdido en mis
fantasías o ensoñaciones, entontecido, sesteando o simplemente descansando…
como burro atado a la noria. A lo mío.
Y lo mío no es lo del Señor. Lo mío,
como lo que mostraron Juan y Santiago es una mezcla entre arribismo, ambición
un tanto desenfrenada, egoísmo, ansia de supremacía y deseo de poder. Y, si los
otros discípulos “se indignaron contra Santiago y Juan”, sólo fue porque, si
Jesús les hacía caso, se quedaban sin lo que ellos ambicionaban también. En el
fondo y en la forma, todos buscaban lo mismo. A lo mío.
¿Qué nos dice Jesús?
“No sea así entre vosotros”.
Actitudes de ese tipo son incompatibles con el Reino. Jesús, reuniéndolos, se
lo dijo con cariño, pero con firmeza y decisión: “El que quiera ser grande
entre vosotros, sea vuestro servidor”
Jesús les pide, nos pide, tener mucho
cuidado con el corazón, que en sí mismo, por sí mismo, es un tanto ambicioso.
Desde la creación, todas las cosas
son buenas, bellas y saludables; pero, el corazón humano puede convertir en
malo lo que en sí mismo es bueno. El Espíritu, por medio del discernimiento,
nos ayudará en el siempre difícil arte de vivir y expandir lo bueno, lo bello,
lo justo y lo razonable. E iremos creando actitudes evangélicas como las de
Jesús para que su Reino vaya siendo una realidad. Jesús nos invita hoy a
intentar ser servidores de estas actitudes de bondad, de forma que, cuantos nos
vean, sepan un poco más de él y de su Reino. Todo porque hemos adquirido un
corazón nuevo donde anida la acogida, la bondad y la misericordia.
¿Quieres seguir a Jesús? Sal de tu
tierra, de lo tuyo, y ponte al servicio de los demás por amor a Jesús.
Coloquio final con Jesús y con María.
Pedirle a la Virgen que nos ponga con Jesús.