4 mayo 2018. Viernes de la V semana de Pascua – Puntos de oración


En aquellos días, decidieron elegir a algunos de ellos y les encomendaron llevar la siguiente carta: "El Espíritu Santo, y nosotros mismos, hemos decidido no imponerles ninguna carga más que las indispensables, y todos se alegraron por el aliento que les daba. (Hech. 15, 22)
¡Qué alegría saberse elegido, saberse misión! Da gusto poder llevar una carta, hacer un recado, servir de puente para unir, sumar, multiplicar el bien. Mucho más, cuando está el Espíritu Santo por medio y lo decides con él. Más todavía cuando llevas la “buena nueva”, el gozo, la paz y no impones cargas sino que se la aligeras. Lo que decía San Daniel Comboni: ¡Señor, dame rodillas de camello, para ORAR; estómago de cerdo para COMER DE TODO y HACERME TODO A TODOS; espaldas de burro para ALIVIAR LA CARGA de los demás!”.  Don Bosco siempre decía que los que se encuentren conmigo vayan más contentos que como llegaron; entonces sí, todos se alegrarán por el aliento que damos a los demás.
Mi corazón está firme, Dios mío, Voy a cantar: ¡Despertad, arpa y cítara, para que yo despierte a la aurora! Te alabaré en medio de los pueblos, Señor, porque tu misericordia se eleva hasta el cielo y que tu gloria cubra toda la tierra! (Salmo 57(56),8-9.10-12).
Sí, Señor, puedo estar hecho un flan, ser arena movediza, agua no más, pero Tú eres Roca y me das seguridad, firmeza, para cantar. Que quien canta, sus penas espanta y hace despertar hasta el despertador, la aurora. Entonces sí, me pongo a cantarte y alabarte porque nadie hay tan grande como Tú, porque tu misericordia sube hasta lo alto y pido que tu gloria cubra toda la tierra, se llene de tu paz y de tu alegría. ¡Alégrate y regocíjate, porque eres un salmo viviente para alegrar la vida de los demás, para que se llene el mundo de Ti!
 «Este es mi mandamiento: Amaos los unos a los otros, como yo los he amado”. (Jn 15, 12). ¡Jesús, qué gusto me da obedecer órdenes, mandatos, si tienen que ver con tu undécimo mandamiento, tu definitivo mandato: amaos unos a otros COMO TÚ! Esto último es lo importante. Hasta que duela, hasta las últimas consecuencias, hasta quemar el último cartucho, hasta morir! ¡Qué bello es nuestro himno cuando sueña con el martirio a mayor gloria de Dios!
Os comparto la florecilla franciscana comentada con la que Madre Verónica culminaba su reciente conferencia en Valencia (abril 2018):
Un día, enterado el hermano Francisco de ciertas actitudes de comparación, de envidia entre los hermanos, preguntó: ¿Quién es el verdadero hermano menor? Ante el silencio de todos, Francisco respondió: «La fe del hermano Bernardo. La sencillez y pureza del hermano León. La bondad y afabilidad de Ángel. La conversación elegante y el don de gentes de fray Maseo. La contemplación de fray Gil. La oración continua de fray Rufino. La paciencia, alegría y simplicidad de Junípero. La fortaleza de Juan de Lodi. La caridad siempre activa del hermano Rogelio. La entrega incansable del hermano Lúcido».
Uno no es sin la suma de todos los hermanos; somos en communio. Francisco no hablaba en abstracto, ni de hermanos lejanos, sino de aquellos con los que vivía, con nombres propios. Quien ama a sus hermanos más que a sí mismo es liberado de la competitividad, de la comparación, de la desconfianza, del juicio, de creerse superior o inferior, de la adulación y del servilismo, de la acepción de personas, de la indiferencia… Quien ama y se sabe amado, lejos de entristecerse por los dones del otro, puede llenarse de gozo por el bien que Dios obra en sus hermanos. El bien de mi hermano es mío, me pertenece, porque somos un solo cuerpo en Cristo Jesús [29], gracias a la Eucaristía; y en comunión, somos enriquecidos en todo [30].“Mirad cómo se aman”, decían al paso de los primeros cristianos, y llenaban las ciudades de alegría. Conocerán que sois mis discípulos por el amor que os tenéis, dijo el Maestro; la comunión es misión”.
Estamos en un primer viernes de mayo, víspera de nuestro sábado mariano. Os comparto el precioso texto papal en su reciente carta “¡Alégrate y regocíjate!”
Quiero que María corone estas reflexiones, porque ella vivió como nadie las bienaventuranzas de Jesús. Ella es la que se estremecía de gozo en la presencia de Dios, la que conservaba todo en su corazón y se dejó atravesar por la espada. Es la santa entre los santos, la más bendita, la que nos enseña el camino de la santidad y nos acompaña. Ella no acepta que nos quedemos caídos y a veces nos lleva en sus brazos sin juzgarnos. Conversar con ella nos consuela, nos libera y nos santifica. La Madre no necesita de muchas palabras, no le hace falta que nos esforcemos demasiado para explicarle lo que nos pasa. Basta musitar una y otra vez: «Dios te salve, María…» (n. 176).

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