El evangelio de hoy nos habla, entre
otras, de dos cosas:
- Dios es inconmensurable y pleno.
- El ser humano es limitado y está en progreso.
Como escribía San Agustín, intentar
abarcar a Dios es como intentar meter el océano en un agujero hecho en la
playa, sirviéndose de una concha.
Somos seres en evolución, también en
lo espiritual. Por eso el Señor nos dirá: «Muchas cosas me quedan por
deciros, pero no podéis cargar con ellas por ahora; cuando venga él, el
Espíritu de la verdad, os guiará hasta la verdad plena». También en el
lavatorio de los pies le dirá a Pedro: «Lo que yo hago tú ahora no lo
entiendes, lo entenderás más adelante».
Este tipo de situaciones a menudo nos
dejan perplejos, porque nos consideramos suficientemente evolucionados, maduros
y libres, como para gobernar nuestra vida. Muchas cosas me quedan
por deciros, dice Jesús, pero no podéis cargar con ellas todavía, porque no estamos
preparados, porque no lo entenderíamos, porque nos aplastarían, nos abrumarían.
Esto nos coloca en nuestro sitio de criaturas limitadas en el espacio y el
tiempo, con un conocimiento parcial de las cosas presentes y un desconocimiento
total de las futuras.
El Señor lo sabe, sabe que somos
limitados, que estamos incompletos, por eso no nos pide más que vivir en el
momento presente el único para el que estamos capacitados para vivir. Vivir en
el momento presente implica fiarse de Dios y dejarse guiar por Él.
Cuando vivimos agobiados, estresados,
angustiados, es porque no nos conformamos con cargar sólo con la cruz de cada
día y nos ponemos a hacer de creadores, a cargar con aquello que no nos
corresponde: el futuro, la vida de los demás… pero no podéis cargar con ellas
por ahora, nos dice Jesús. Nos salimos de nuestro ser de criaturas.
Decía el Papa Benedicto XVI, que el
santo es el que deja llevar la carga a Dios. ¡Qué definición más bonita y
esperanzadora de la santidad! ¡Qué dulce es dejar llevar el peso de la vida a
Dios! ¡Qué vida tan feliz llevaríamos si dejásemos a Dios llevar las riendas de
nuestra vida, si nos dejásemos guiar por El! En el evangelio de hoy el Señor
nos anima a esto, a dejarnos guía por el Espíritu, el Espíritu de la verdad, de
la verdad de Dios que es omnipotencia y de la verdad del hombre que es
limitación.
María esto lo sabía, y porque sabía
de su propia insignificancia y de la omnipotencia de Dios es por lo que vivía
feliz y cantaba: “Proclama mi alma la grandeza del Señor, se alegra
mi espíritu en Dios mi Salvador, porque ha mirado la humildad de su esclava.
Desde ahora me felicitarán todas las generaciones”.