Comenzamos
nuestra oración poniéndonos en presencia del Señor, recitando y repitiendo el
salmo. El Señor es el lote de mi heredad y mi copa; mi suerte está en su mano.
Por eso se me alegra el corazón, se me alegran las entrañas, y mi carne
descansa serena. Me saciarás de gozo en tu presencia, de alegría perpetua a tu
derecha.
Si te quedas gozando con el salmo, quédate ahí y repítelo, qué
más podemos pedir.
El evangelio nos invita a unirnos a la oración sacerdotal, el
Señor pide para que todos seamos uno, de igual manera que en la Trinidad las
tres personas son una. Y cómo somos uno con Él, pues como el sarmiento está
unido en la viña, participando de su ser, de su vida divina, a través de los
sacramentos. Conociéndole a través de su evangelio, porque la vida está en que
me conozcan, nos dice el Señor. En la oración, unidos con María, pidiendo la
venida del Espíritu. Así están los apóstoles en el cenáculo, unidos en la
oración. Es tan fácil salirnos del cenáculo, en esta vida de independencia, de
individualismo, de hacer lo que nos apetece, que nos vamos y nos despistamos. Y
qué cuidado hay que poner, porque cuando uno está fuera del cenáculo vive del
mundo de la carne, la sensualidad, de los sentidos, de sus criterios… y no de
la vida del espíritu, de la oración. Y es el Espíritu Santo el que media la
comunión en la Trinidad.
Si hoy estás leyendo los puntos, da gracias a Dios, si estás
delante del Santísimo, qué afortunado eres. Pide al Señor que te llene de gozo,
que te dé la alegría de la pascua, fe creciente y esperanza cierta.
Acabo con el Santo del día, San Pascual Bailón, porque nos
enseña a hacer unidad con aquellos que le rodeaban. Servicial como nadie en
comunidad. Estaba siempre disponible para todos y para cualquier menester. Y
todo ello, dentro del espíritu de pobreza, austeridad y oración. Alma de ángel,
era penitente y severo consigo mismo, tan pobre que era imposible serlo más, pero
todo dulzura y generosidad para los demás. Siendo de natural colérico, parecía
de mansedumbre total. Servía a todos con alegría. Por donde pasaba no le
olvidaban.
Entre sus hermanos se movía con libertad de espíritu. Sabía
corregir oportunamente, y lo hacía con tal gracia y caridad que se aceptaba.
Los predicadores le pedían como compañero en sus viajes ministeriales. Llevaba
con serenidad y hasta con alegría los desaires de los hermanos y las
represiones duras de los superiores.
Pues bien, la oración es para dejarnos revestir de los
sentimientos de Cristo de tal modo que como San Pascual hagamos de todos los
que nos rodean un solo corazón.