17 mayo 2018. Jueves de la VII semana de Pascua – San Pascual Bailón – Puntos de oración


Comenzamos nuestra oración poniéndonos en presencia del Señor, recitando y repitiendo el salmo. El Señor es el lote de mi heredad y mi copa; mi suerte está en su mano. Por eso se me alegra el corazón, se me alegran las entrañas, y mi carne descansa serena. Me saciarás de gozo en tu presencia, de alegría perpetua a tu derecha.
Si te quedas gozando con el salmo, quédate ahí y repítelo, qué más podemos pedir.
El evangelio nos invita a unirnos a la oración sacerdotal, el Señor pide para que todos seamos uno, de igual manera que en la Trinidad las tres personas son una. Y cómo somos uno con Él, pues como el sarmiento está unido en la viña, participando de su ser, de su vida divina, a través de los sacramentos. Conociéndole a través de su evangelio, porque la vida está en que me conozcan, nos dice el Señor. En la oración, unidos con María, pidiendo la venida del Espíritu. Así están los apóstoles en el cenáculo, unidos en la oración. Es tan fácil salirnos del cenáculo, en esta vida de independencia, de individualismo, de hacer lo que nos apetece, que nos vamos y nos despistamos. Y qué cuidado hay que poner, porque cuando uno está fuera del cenáculo vive del mundo de la carne, la sensualidad, de los sentidos, de sus criterios… y no de la vida del espíritu, de la oración. Y es el Espíritu Santo el que media la comunión en la Trinidad.
Si hoy estás leyendo los puntos, da gracias a Dios, si estás delante del Santísimo, qué afortunado eres. Pide al Señor que te llene de gozo, que te dé la alegría de la pascua, fe creciente y esperanza cierta.
Acabo con el Santo del día, San Pascual Bailón, porque nos enseña a hacer unidad con aquellos que le rodeaban. Servicial como nadie en comunidad. Estaba siempre disponible para todos y para cualquier menester. Y todo ello, dentro del espíritu de pobreza, austeridad y oración. Alma de ángel, era penitente y severo consigo mismo, tan pobre que era imposible serlo más, pero todo dulzura y generosidad para los demás. Siendo de natural colérico, parecía de mansedumbre total. Servía a todos con alegría. Por donde pasaba no le olvidaban.
Entre sus hermanos se movía con libertad de espíritu. Sabía corregir oportunamente, y lo hacía con tal gracia y caridad que se aceptaba. Los predicadores le pedían como compañero en sus viajes ministeriales. Llevaba con serenidad y hasta con alegría los desaires de los hermanos y las represiones duras de los superiores.
Pues bien, la oración es para dejarnos revestir de los sentimientos de Cristo de tal modo que como San Pascual hagamos de todos los que nos rodean un solo corazón.

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