* Primera lectura:
Es por nuestro propio «espíritu»
vigilante que podremos captar al «Espíritu». El cristiano, ante todo es un
hombre siempre alerta, siempre atento al Espíritu, disponible, despierto, vivo,
vigilante. Y para expresar esto Pedro utiliza
espontáneamente una imagen de Jesús que recuerda bien: manteneos bien
ceñida la cintura y con vuestras lámparas encendidas, como el servidor siempre
pronto a la acción... ¡Ven Señor, mantén mi mente despierta!
¡hazme vigilante, disponible!
Poned toda vuestra esperanza en la
gracia que se os procurará mediante la revelación de Jesucristo. No hay ninguna razón para hundirse en el pesimismo. Pedro
no habla de desesperanza sino de esperanza perfecta. El mundo no se dirige
hacia la nada o la perdición, sino ¡hacia la "revelación de
Jesucristo"!
Pedro recuerda. Había visto y oído a
Jesús en Palestina. Vivía en la esperanza de volver a verle. Y trataba de
comunicar esa esperanza a sus oyentes. En griego la palabra «revelación» es el
término «apocalipsis», «levantar el velo que cubre una cosa». Sí,
Señor Jesús, Tú estás ahí, presente, pero escondido bajo un velo. Un día ese
velo se rasgará y te veré. Haz que te encuentre HOY en mi vida y en mi oración.
Y ¡que la espera de tu encuentro, cara a cara, al final de mi vida, ilumine de
esperanza y de alegría cada uno de mis días en la tierra!
No os amoldéis a las apetencias de
antes, del tiempo de vuestra ignorancia. Más bien así como el que os ha llamado
es santo, así también vosotros sed santos en toda vuestra conducta.
¡Solamente esto! He ahí la
espiritualidad aconsejada a esos recién bautizados que están escuchando a
Pedro: ¡el ideal es muy alto! Imitar a Dios. En eso también Pedro repite lo que
había oído decir a Jesús: sed perfectos como vuestro Padre celestial es
perfecto. La gracia de mi bautismo es una llamada a la perfección.
Pedir el bautismo para un niño es lanzarlo a esa maravillosa aventura, de ser
¡un «hombre perfecto»!
* Evangelio: Jesús declaró: «Os lo aseguro: No hay ninguno que
deje casa, hermanos o hermanas, madre o padre, hijos o tierras, por causa mía y
por causa de la buena noticia, que no reciba cien veces más: ahora, en este
tiempo, casas, hermanos y hermanas, madres, hijos y tierras -entre
persecuciones - y, en la edad futura, vida definitiva».
Por eso, la respuesta de
Jesús no se refiere en particular al grupo de discípulos (seguidores
procedentes del judaísmo), sino a cualquier seguidor que lo abandone todo para
manifestar su adhesión a Él y dedicarse a la propagación del mensaje
evangélico. En el Reino o sociedad nueva no habrá miseria, sino
afecto y abundancia para todos, pero sin desigualdad ni dominio; en efecto,
comparando las dos enumeraciones que hace Jesús, la de lo que el seguidor deja
y la de lo que encuentra, se advierte que en la segunda se omite la mención del
padre, figura de la autoridad. Como se trata de la etapa terrena del Reino,
todo eso se verificará en medio de la hostilidad de la sociedad (entre
persecuciones); y esos seguidores, por supuesto, heredarán la vida definitiva.
«Pero todos, aunque sean
primeros, han de ser últimos, y esos últimos serán primeros».
No se puede pertenecer al Reino o
comunidad de Jesús conservando un protagonismo y superioridad social basados en
el poder y prestigio de la riqueza o la fuerza de la influencia. En
la comunidad todos han de adoptar la actitud de Jesús, la de hacerse «último de
todos (no buscar preeminencia ni protagonismo) y servidor de todos (traducir el
seguimiento en servicio)».
ORACIÓN FINAL
Dios todopoderoso, que derramaste el
Espíritu Santo sobre los apóstoles, reunidos en oración con María, la Madre de
Jesús, concédenos, por intercesión de la Virgen, entregarnos fielmente a tu
servicio y proclamar la gloria de tu nombre con testimonio de palabra y de
vida. Por Jesucristo, nuestro Señor. Amén.