Para poder meditar sobre el Evangelio
de hoy reposemos el corazón, invoquemos al Espíritu y os brindo un texto
precioso del Papa Francisco en relación al Evangelio de hoy y sobre la
sencillez de los niños.
“Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!
Después de haber pasado revista a las diversas
figuras de la vida familiar —madre, padre, hijos, hermanos, abuelos—, quisiera
concluir este primer grupo de catequesis sobre la familia hablando de los
niños. Lo haré en dos momentos: hoy me centraré en el gran don que son los
niños para la humanidad —es verdad, son un gran don para la humanidad, pero son
también los grandes excluidos porque ni siquiera les dejan nacer— y
próximamente me detendré en algunas heridas que lamentablemente hacen mal a la
infancia. Me vienen a la mente muchos niños con los que me he encontrado
durante mi último viaje a Asia: llenos de vida y entusiasmo, y, por otra
parte, veo que en el mundo muchos de ellos viven en condiciones no dignas... En
efecto, del modo en el que son tratados los niños se puede juzgar a la
sociedad, pero no sólo moralmente, también sociológicamente, si se trata de una
sociedad libre o una sociedad esclava de intereses internacionales.
En primer lugar, los niños nos recuerdan que
todos, en los primeros años de vida, hemos sido totalmente dependientes de los
cuidados y de la benevolencia de los demás. Y el Hijo de Dios no se ahorró este
paso. Es el misterio que contemplamos cada año en Navidad. El belén es el icono
que nos comunica esta realidad del modo más sencillo y directo. Pero es
curioso: Dios no tiene dificultad para hacerse entender por los niños, y los
niños no tienen problemas para comprender a Dios. No por casualidad en el
Evangelio hay algunas palabras muy bonitas y fuertes de Jesús sobre los
«pequeños». Este término «pequeños» se refiere a todas las personas que
dependen de la ayuda de los demás, y en especial a los niños. Por ejemplo Jesús
dice: «Te doy gracias, Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque has
escondido estas cosas a los sabios y entendidos, y se las has revelado a los
pequeños» (Mt11, 25). Y dice también: «Cuidado con despreciar a uno de estos
pequeños, porque os digo que sus ángeles están viendo siempre en los cielos el
rostro de mi Padre celestial» (Mt 18, 10).
Por lo tanto, los niños son en sí mismos una
riqueza para la humanidad y también para la Iglesia, porque nos remiten
constantemente a la condición necesaria para entrar en el reino de Dios: la de
no considerarnos autosuficientes, sino necesitados de ayuda, amor y perdón. Y
todos necesitamos ayuda, amor y perdón.
Los niños nos recuerdan otra cosa hermosa, nos
recuerdan que somos siempre hijos: incluso cuando se llega a la edad de adulto,
o anciano, también si se convierte en padre, si ocupa un sitio de
responsabilidad, por debajo de todo esto permanece la identidad de hijo. Todos
somos hijos. Y esto nos reconduce siempre al hecho de que la vida no nos la
hemos dado nosotros mismos sino que la hemos recibido. El gran don de la vida
es el primer regalo que nos ha sido dado. A veces corremos el riesgo de vivir
olvidándonos de esto, como si fuésemos nosotros los dueños de nuestra
existencia y, en cambio, somos radicalmente dependientes. En realidad, es
motivo de gran alegría sentir que en cada edad de la vida, en cada situación,
en cada condición social, somos y permanecemos hijos. Este es el principal
mensaje que nos dan los niños con su presencia misma: sólo con ella nos
recuerdan que todos nosotros y cada uno de nosotros somos hijos. […]
Por todos estos motivos Jesús invita a sus
discípulos a «hacerse como niños», porque «de los que son como ellos es el
reino de Dios» (cf. Mt 18, 3; Mc 10, 14).
Queridos hermanos y hermanas, los niños traen
vida, alegría, esperanza, incluso complicaciones. Pero la vida es así.
Ciertamente causan también preocupaciones y a veces muchos problemas; pero es
mejor una sociedad con estas preocupaciones y estos problemas, que una sociedad
triste y gris porque se quedó sin niños. Y cuando vemos que el número de
nacimientos de una sociedad llega apenas al uno por ciento, podemos decir que
esta sociedad es triste, es gris, porque se ha quedado sin niños.”
Audiencia General. Plaza de San Pedro. 18 de marzo
de 2015. Papa Francisco.