Os propongo para la oración de hoy
unas ideas sacadas de la homilía del papa Francisco el 2 de octubre de 2015,
según publica la web vaticana.
“Hay una frase en la plegaria
eucarística que nos hace reflexionar; decimos al Señor: “Cuando, por su
desobediencia, el hombre perdió tu amistad, tú no lo abandonaste al poder de la
muerte”.
Pensemos cuando Adán fue expulsado
del paraíso: el Señor no dijo “¡arréglate como puedas!”, no lo dejó solo.
Dios siempre envió ayudas: en la
primera lectura se habla de la ayuda de los ángeles. Se lee en el pasaje
bíblico: «Voy a enviarte un ángel por delante, para que te cuide en el camino y
te lleve al lugar que he preparado». El Señor, por lo tanto, no abandonó, sino
que caminó con su pueblo, caminó con ese hombre que había perdido la amistad
con Él: el corazón de Dios es un corazón de padre y nunca abandona a sus hijos.
Hoy la liturgia nos hace reflexionar
sobre esto, y también sobre un modo especial de compañía, de ayuda, que el
Señor nos ha dado a todos: los ángeles custodios.
Cada uno de nosotros tiene un ángel;
tiene un ángel que lo acompaña.
En la oración, al inicio de la misa,
hemos pedido la gracia de que en el camino de la vida seamos sostenidos por su
ayuda para luego gozar, con ellos, en el cielo.
Nos sostiene precisamente su ayuda:
el ángel que camina con nosotros. “Voy a enviarte un ángel por delante, para
que te cuide en el camino y te lleve al lugar que he preparado”.
El ángel custodio está siempre con
nosotros y esto es una realidad: es como un embajador de Dios con nosotros.
El Señor nos aconseja: “Hazle caso y
obedécele”. Así, cuando nosotros, por ejemplo, hacemos algo malo y pensamos que
estamos solos, tenemos que recordar que no es así, porque está Él. He aquí,
entonces, la importancia de hacerle caso y escuchar su voz, porque Él nos
aconseja. Por ello, cuando percibimos esta inspiración: “Haz esto... esto es
mejor... esto no se debe hacer...”, el consejo justo es escuchar esa voz y no
rebelarnos ante el ángel de la guarda.
Él nos aconseja, nos acompaña, camina
con nosotros en el nombre de Dios. Y el libro del Éxodo nos indica también la
mejor actitud: «Si le obedeces fielmente y haces lo que yo digo, tus enemigos
serán mis enemigos y tus adversarios serán mis adversarios». Pero ¿qué quiere
decir? La respuesta de Dios es clara: “Yo seré tu defensor, estaré siempre para
defenderte, para protegerte”, dice el Señor, pero porque tú has escuchado los
consejos, la inspiración del ángel.
Este ángel, que todos nosotros
tenemos, está para aconsejarnos, para ir por el camino. Por lo tanto, es un
amigo, un amigo que no vemos, pero que sentimos; es un amigo que estará con
nosotros en el cielo, en el gozo eterno.
Dios nos manda el ángel para liberarnos,
para alejar el temor, para alejarnos de la desventura. Nos pide sólo que lo
escuchemos, lo respetemos. Sólo esto: respeto y escucha. Y este respeto y
escucha a este compañero de camino se llama docilidad: el cristiano debe ser
dócil al Espíritu Santo. Pero la docilidad al Espíritu Santo comienza con la
docilidad a los consejos de este compañero de camino.
Es «el icono del niño» que Jesús
elige cuando quiere decir cómo debe ser un cristiano. Nos lo recuerda el pasaje
litúrgico de Mateo: «El que se haga pequeño como este niño» será el más grande
en los cielos; y «cuidado con despreciar a uno de estos pequeños, porque os
digo que sus ángeles están viendo siempre en los cielos el rostro de mi Padre
celestial».
Estas palabras de Jesús significan
que la docilidad a este compañero de camino nos hace como niños: no soberbios,
nos hace humildes; nos hace pequeños; no suficientes como el orgulloso y
soberbio. No, ¡como un niño!». Precisamente esta es la docilidad que nos hace
grandes y nos lleva al cielo.
Pidamos al Señor la gracia de esta
docilidad, de escuchar la voz de este compañero, de este embajador de Dios que
está a nuestro lado en su nombre, para que podamos ser sostenidos con su ayuda,
siempre en camino.
Y recordemos cuán bueno es el Señor:
después de haber perdido la amistad no nos ha dejado solos, no nos ha
abandonado, sino que ha caminado con nosotros, con su pueblo, y también hoy nos
da este compañero de camino. Por lo tanto, demos gracias y alabemos al Señor
por esta gracia y estemos atentos a este amigo que el Señor nos ha dado”.