La sorpresa, admiración y
reconocimiento que se debe al Creador, contrasta con la realidad tan pequeña
que somos sus criaturas, “el hombre no es justo frente a Dios”.
Esta convicción, es la que Job plantea a sus adversarios, después que ha sido
probada su fidelidad a Dios tras múltiples pruebas: “Desnudo salí del
vientre de mi madre, y desnudo volveré a él. El Señor me lo dio, el Señor me lo
quitó”.
Tener conciencia verdadera de ser
criatura, y abrirse al Señor, es todo uno. Por eso, el Salmo 87, nos propone
profundizar en esa realidad. No somos seres dejados a su suerte. Aunque,
nuestra pobreza, puede ser trampolín de un encuentro; que se invoca, se busca y
también se halla. “Llegue hasta ti mi súplica, Señor / todo el día te
estoy invocando”, son expresiones del que mira a Otro. Y le cuenta sus
cosas, hasta tener una sincera confianza, que hace exclamar; “¿Por qué,
Señor, me rechazas y me escondes tu rostro?”.
Esta línea de búsqueda y seguimiento,
de “Aquel Otro”, que me transciende, pero que es cercano, y puede ayudarme en
toda situación, parece romperse en las respuestas que leemos en el evangelio,
que hoy nos presenta san Lucas. En efecto, el Dios hecho carne, llama a
seguirle y, las respuestas que recibe, en estos casos, son evasivas. Y, lo que
se nos dice de la causa de estas, son: tener que seguir a Jesús pobre,
poner por delante otros afectos, o bien, continuar añorando
aquello que inicialmente dejé por Él.
Tener conciencia de criatura,
abrirse a la transcendencia y seguir a Jesús, es lo que nos plantean
hoy las lecturas. Y, qué mejor modelo que nuestra Madre para vivir todo
esto: ha mirado la humillación de su sierva, - Proclama mi alma la
grandeza del Señor, - Junto a la cruz de Jesús estaba su madre. A la
luz de este ejemplo, puedo preguntarme lo que de bueno, grande y bello tiene
reconocerse pequeño, y lo que esto facilita mi relación con el Señor. Aún más,
si he llegado a sentirle, conocerle y amarle, me será imposible no seguirle.