Comenzamos nuestros puntos
poniéndonos en la presencia de Dios Padre y pidiendo el don del Espíritu Santo
que ilumine nuestras inteligencias y fortalezca nuestras voluntades.
Para irnos metiendo en la oración
leemos despacito y saboreando el salmo, que nos irá preparando para la primera
lectura, muy directa y actual.
Dichoso el hombre que no sigue el
consejo de los impíos,
ni entra por la senda de los pecadores,
ni se sienta en la reunión de los cínicos;
sino que su gozo es la ley del Señor,
y medita su ley día y noche.
ni entra por la senda de los pecadores,
ni se sienta en la reunión de los cínicos;
sino que su gozo es la ley del Señor,
y medita su ley día y noche.
Será como un árbol
plantado al borde de la acequia:
da fruto en su sazón
y no se marchitan sus hojas;
y cuanto emprende tiene buen fin.
plantado al borde de la acequia:
da fruto en su sazón
y no se marchitan sus hojas;
y cuanto emprende tiene buen fin.
No así los impíos, no así;
serán paja que arrebata el viento.
Porque el Señor protege el camino de los justos,
pero el camino de los impíos acaba mal.
serán paja que arrebata el viento.
Porque el Señor protege el camino de los justos,
pero el camino de los impíos acaba mal.
Qué bien se vive, viviendo en el
Señor por medio del Espíritu. Qué dicha poderlo
experimentar. Tenemos la imagen de la hierba agostada y seca de
tantos campos por los que hemos caminado este verano. Amarillenta, marchita,
frágil, caída y como derrotada por el suelo. No se sostiene, no puede
levantarse, esta adherida al polvo. Parece como que sólo sirve para que la
pisen, la pasten o la recojan para quemarla. Ha perdido todo su esplendor,
lustre y belleza.
Sin embargo, ahora que empiezan a
caer las lluvias del otoño, vemos cómo va cambiando el paisaje de nuestros
campos. La hierba ha cogido su color, ha crecido, está esbelta. Estaba
esperando...
Sin embargo, nosotros tenemos el agua
a nuestro alcance, en todo momento, somos el árbol que siempre está al borde de
la acequia. Hemos sido plantados al borde de la acequia, por puro amor. Y
gracias al agua que da la vida, que fluye por sus venas, el que vive con el
Señor dentro rezuma lozanía y esplendor. Está guiado por el espíritu y todo lo
que emprende tiene buen fin. Da fruto en su sazón.
Pero qué fácil es que nos arrastre el
viento del mundo, que poco a poco se nos mete en nosotros. Que nos arrebate de
los brazos del Señor.
Estos días en que pasan por
España vientos huracanados, vemos con qué facilidad arrancan árboles y derriban
casas. Y podemos decir que parecían estar bien asentados. Qué fácil
las acequias acaban siendo lodazales, llenos de barro y porquería arrastrada.
Revisemos nuestra vida, ¿está bien
asentada en la Roca? ¿Dónde ponemos nuestras ilusiones, nuestros anhelos?
¿Quién la guía? ¿Qué agua pido de beber? ¿Qué paraliza nuestro corazón? ¿Actúo
para recibir recompensas o me mueve el amor? ¿Nos
basta Jesús o buscamos las seguridades del mundo? Todos esos deseos que sacamos
de ejercicios o que trajimos al finalizar nuestras ricas actividades del
verano, ¿siguen moviendo nuestras vidas?
San Pablo nos da los criterios para
discernir si nuestras vidas se rigen por el Espíritu. El fruto del Espíritu es:
amor, alegría, paz, comprensión, servicialidad, bondad, lealtad, amabilidad,
dominio de sí. Tenemos tiempo para irlos repasando uno por uno en la oración de
hoy y de todos los días. Quizás con elegir uno sólo es suficiente, son todos
tan sugerentes. Están todos tan relacionados.