30 octubre 2018. Martes de la XXX semana del Tiempo Ordinario – Puntos de oración


Oración preparatoria: Señor, que todas mis intenciones, acciones y operaciones sean puramente ordenadas en servicio y alabanza de tu divina majestad.
Os propongo un doble enfoque para la meditación de hoy, un doble punto de vista. Von Balthasar dice que la Iglesia está formada por dos principios, el principio petrino (apostólico y de acción) y el principio mariano (de contemplación y vida oculta). Ambos principios son necesarios. Os propongo que entréis en esta meditación con ese doble punto de vista: el punto de vista del discípulo y el punto de vista de María, y que especialmente os detengáis y os reposéis en este último, en María
Son dos parábolas similares. Contraponen un principio y un final, un comienzo y un resultado. Se las ha llamado las parábolas del contraste.
En ellas vemos que se contraponen lo pequeño y lo grande. Lo oculto del proceso y el resultado. El silencio y el éxito. Se da una maravillosa desproporción de lo que se entierra con el asombroso resultado final. Estas parábolas salidas de los labios de Jesús son un canto a la humildad y a lo pequeño.
Por eso si quieres entrar en el misterio del reino tienes que entender lo que estaba en el corazón del Señor cuando pronunciaba aquellas palabras. A mí me ayuda pensar que el trasfondo del evangelio de hoy es la vida oculta de Nazaret y sobre todo la vida de José y de María.
¿Dónde había visto Jesús estas imágenes con las que encendía los corazones y se hacía entender por todo el pueblo al explicar el reino de Dios? El hombre que siembra la semilla de mostaza ¿no nos lleva directamente a José, tal como Jesús le habría visto hacer en su huerto o en los campos? Y la mujer que amasa el pan y pone la levadura, ¿no sería la imagen entrañable de su madre en su tarea cotidiana?
El reino de Dios es aquí el árbol que cobija, o la masa fermentada. Pero todo empieza desde algo muy pequeño. Desde el sí de María en la anunciación y desde el silencio de acogida y veneración de José. Así es como empiezan todas las cosas buenas desde la perspectiva evangélica. Meditemos esta lección para toda nuestra vida.
Terminar la oración con un coloquio con la Virgen. Pedirle que ella nos conduzca al corazón del evangelio, que nos haga entender el misterio del Reino de Dios y sobre todo que nos ponga junto a su Hijo.

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