Oración preparatoria: Señor, que todas mis intenciones, acciones y
operaciones sean puramente ordenadas en servicio y alabanza de tu divina
majestad.
Os propongo un doble enfoque para la
meditación de hoy, un doble punto de vista. Von Balthasar dice que la Iglesia
está formada por dos principios, el principio petrino (apostólico y de acción)
y el principio mariano (de contemplación y vida oculta). Ambos principios son
necesarios. Os propongo que entréis en esta meditación con ese doble punto de
vista: el punto de vista del discípulo y el punto de vista de María, y que
especialmente os detengáis y os reposéis en este último, en María
Son
dos parábolas similares. Contraponen un
principio y un final, un comienzo y un resultado. Se las ha llamado las
parábolas del contraste.
En ellas vemos que se contraponen lo
pequeño y lo grande. Lo oculto del proceso y el resultado. El silencio y el
éxito. Se da una maravillosa desproporción de lo que se entierra con el
asombroso resultado final. Estas parábolas salidas de los labios de Jesús son
un canto a la humildad y a lo pequeño.
Por eso si quieres entrar en el
misterio del reino tienes que entender lo que estaba en el corazón del Señor
cuando pronunciaba aquellas palabras. A mí me ayuda pensar que el trasfondo del
evangelio de hoy es la vida oculta de Nazaret y sobre todo la vida de José y de
María.
¿Dónde había visto Jesús estas
imágenes con las que encendía los corazones y se hacía entender por todo el
pueblo al explicar el reino de Dios? El hombre que siembra la semilla de
mostaza ¿no nos lleva directamente a José, tal como Jesús le habría visto hacer
en su huerto o en los campos? Y la mujer que amasa el pan y pone la levadura,
¿no sería la imagen entrañable de su madre en su tarea cotidiana?
El reino de Dios es aquí el árbol que
cobija, o la masa fermentada. Pero todo empieza desde algo muy pequeño. Desde
el sí de María en la anunciación y desde el silencio de acogida y veneración de
José. Así es como empiezan todas las cosas buenas desde la perspectiva
evangélica. Meditemos esta lección para toda nuestra vida.
Terminar la oración con un coloquio
con la Virgen. Pedirle que ella nos conduzca al corazón del evangelio, que nos
haga entender el misterio del Reino de Dios y sobre todo que nos ponga junto a
su Hijo.