No hay peor ciego que el que no
quiere ver. A veces tenemos ojos y no vemos, tenemos oídos y no
escuchamos. Esto mismo nos lo recuerda el Señor en el Evangelio. Viene
bien poner en duda nuestra dificultad para ver, mirar y escuchar a las
personas, que viven a nuestro lado. Pasamos junto a ellas para descubrir que
son un reflejo de Dios. Porque hemos sido creados a imagen y semejanza de Dios.
No olvidemos que ante todo, somos criatura y dependemos de Dios Padre creador.
Pero en este rato de oración, con la
luz y fuerza del Espíritu Santo, quiero dejarme iluminar con la luz del Señor.
¿Estoy yo también ciego como el de
Jericó? Lo que pasa que yo no me lo
termino de creer. Este ciego me ayudará a descubrir mi ceguera. Si él era un
mendigo, también yo me considero mendigo. Tengo muchas necesidades y algunas ni
las descubro.
“Estaba sentado al borde del camino
pidiendo limosna”. Reconoce su pobreza y ceguera,
pero tiene el oído muy fino. “Al oír que era Jesús Nazareno, empezó a
gritar: Hijo de David, Jesús, ten compasión de mí”. Muchos lo increpaban
para que se callara. Pero él gritaba más: Hijo de David, ten compasión
de mí”. Termina tú de leer este texto evangélico. Da
gracias al Señor porque te conserva la vista desde tu nacimiento…y tienes
deseos de encontrarte con la mirada de Jesús.
Ya me he metido en la escena, pero
tengo que dejarme mirar desde el Corazón de Cristo. Tengo que dejarme mirar. Si
le miro desde dentro, aunque estoy bastante ciego me encontraré con Él.
Y me va a preguntar a solas, sin
testigos, como al ciego de Jericó: “¿Qué quieres que te haga?” … pues
que recobre la vista. Esa vista que descubre la imagen de Dios en cada persona,
en las cosas y los diferentes acontecimientos que me suceden cada día.
Dame una mirada que refleje alegría y
esperanza. Es el mejor testimonio que entiende el mundo que me ha tocado vivir.
Por el oído me ha llegado la fe y por
medio de la vista estoy dispuesto a seguirle, aunque no falten tropiezos,
porque qué mayor regado puedo recibir que poder seguir de cerca a Jesús, que se
hace visible en los más pequeños y necesitados.
Virgen Inmaculada, ya que me han dado la vista, que sea un medio para mirar
con mirada limpia la verdad y la belleza que se encuentra en multitud de
personas con las que me encuentro cada día y descubrir de manera
especial la presencia del Señor en la Eucaristía.