Empezamos la oración ofreciendo al
Señor nuestras intenciones, acciones y operaciones para que sean puramente
ordenadas para servicio y alabanza de Su divina majestad.
En diversas partes del mundo se
celebra de manera especial, mañana 4 de octubre, la festividad de San
Francisco de Asís, un santo que por su vivencia radical del evangelio ha
interpelado y movido el corazón a creyentes y no creyentes. Y las lecturas van
muy acordes con su experiencia espiritual y nos dan luces y claves para
fortalecer la nuestra.
La súplica desgarradora de Job es muy
significativa. Era el sentimiento de Santa Teresa de Jesús: “Y tan alta vida
espero, que muero porque no muero”. Es una actitud interior que puede ayudarnos
a entrar de lleno en la oración. El tener ansia de Dios, de verle, de
estar con Él, es una gracia que hay que pedirla, para rezar con el
salmista: ¡Desfallezco de ansias en mi pecho! San Francisco de
Asís vivía con este sentimiento y esto le ayudaba a vivir en permanente estado
de adoración. Era una actitud frecuente en San Francisco, lo recuerda un texto
del libro “Sabiduría de un pobre”, que también nos puede ayudar en este momento
de la oración:
“- ¡Hermana agua! - gritó Francisco,
acercándose al torrente -. Tu pureza canta la inocencia de Dios. Saltando de
una roca a otra, León atravesó corriendo el torrente. Francisco le siguió.
Tardó más tiempo. León, que le esperaba de pie en la otra orilla, miraba cómo
corría el agua limpia con rapidez sobre la arena dorada entre las masas grises
de rocas. Cuando Francisco se le juntó, siguió en su actitud contemplativa.
Parecía no poder desatarse de este espectáculo. Francisco le miró y vio
tristeza en su rostro.
- Tienes aire soñador - le dijo
simplemente Francisco.
- ¡Ay si pudiéramos tener un poco de
esta pureza - respondió León -, también nosotros conoceríamos la alegría loca y
desbordante de nuestra hermana agua y su impulso irresistible!
Había en sus palabras una profunda
nostalgia, y León miraba melancólicamente el torrente, que no cesaba de huir en
su pureza inaprensible.
- Ven - le dijo Francisco, cogiéndole
por el brazo.
Empezaron los dos otra vez a andar.
Después de un momento de silencio, Francisco preguntó a
León:
- ¿Sabes tú, hermano, lo que es la
pureza de corazón?
- Es no tener ninguna falta que
reprocharse - contestó León sin dudarlo.
- Entonces comprendo tu tristeza -
dijo Francisco-, porque siempre hay algo que reprocharse.
- Sí - dijo León -, y eso es,
precisamente, lo que me hace desesperar de llegar algún día a la pureza
de corazón.
- ¡Ah!, hermano León; créeme -
contestó Francisco -, no te preocupes tanto de la pureza de tu alma.
Vuelve tu mirada hacia Dios. Admírale. Alégrate de lo que Él es, Él, todo
santidad. Dale gracias por El mismo. Es eso mismo, hermanito, tener
puro el corazón. Y cuando te hayas vuelto así hacia Dios, no vuelvas más sobre
ti mismo. No te preguntes en dónde estás con respecto a Dios. La tristeza de no
ser perfecto y de encontrarse pecador es un sentimiento todavía humano,
demasiado humano. Es preciso elevar tu mirada más alto, mucho más alto. Dios,
la inmensidad de Dios y su inalterable esplendor. El corazón puro es el que no
cesa de adorar al Señor vivo y verdadero.”
Al que tiene el corazón lleno de Dios
le sobra todo, es por eso por lo que el Evangelio de hoy describe muy bien la
vida de San Francisco: “No llevéis talega, ni alforja, ni sandalias; y
no os detengáis a saludar a nadie por el camino. Cuando entréis en una casa,
decid primero: "Paz a esta casa." Y si allí hay gente de paz,
descansará sobre ellos vuestra paz”. ¿Cómo trasladar esto a mi vida? Quizá
no me está pidiendo Dios que vaya descalzo por la ciudad, quizá “mis
seguridades” son otras. Lo que más que cuesta dejar. Podríamos meditar
sobre esto ampliamente.
Finalmente, recordemos que mañana es
el santo del Papa, hagamos pues oración por el Santo Padre, además lo está
pidiendo; siempre pide que recemos por él, pero esta vez lo solicita de manera
especial. Pidamos a la Virgen del Rosario proteja a la Iglesia del maligno.