Hoy Jesús nos invita a observar el
fondo de nuestras intenciones, a no quedarnos en las apariencias.
¿Cuál es el motivo de nuestras acciones? ¿Nos buscamos a
nosotros mismos o buscamos la voluntad de Dios y el hacer felices a los demás?
La voluntad Suya es que nos amemos entre nosotros como Él
nos amó. Y para esto hace falta mucha sinceridad.
«Vosotros, los fariseos, limpiáis por fuera la copa y el
plato, mientras por dentro rebosáis de robos y maldades».
Señor, ¿¡es posible que nosotros como cristianos estemos
también cultivando falsedades!? Ojalá no sea así; muéstranos si estamos
proclamando con la boca lo que no vivimos con el corazón; ¡cierto que no
podemos esperar a ser perfectos para proclamar tu mensaje, pero eso no nos
exime de la obligación de intentar cada día vivir con todas las fuerzas el ser
cristiano en el presente, alegre y ejemplar! ¡Y mucho menos, que no se nos
tenga que reprochar a las puertas del Cielo que tuvimos con nuestros compañeros
de la Tierra una intransigencia con la que no podríamos cargar para nosotros
mismos!
Humildad, comprensión, evitar las apariencias. Entiéndase
bien el evitar las apariencias: no se trata de no cuidar lo físico ni de no
medir las palabras, sino de darle el enfoque adecuado y no poner toda nuestra
confianza en ello. Dos momentos nos ayudan a realizar bien este enfoque: el
rato íntimo que vamos a tener ahora en sosegado silencio con nuestro Amado, y
la obediencia en los detalles cotidianos, obediencia enteramente confiada en
nuestros padres, hermanos, profesores, jefes, mayores… por quienes Dios manifiesta
Su voluntad queriendo conseguir nuestra salvación día a día, en el momento
presente.
María, a Ti volvemos nuestros ojos: el modelo para todo
adolescente, para todo militante. María buscando seguido la voluntad de Dios
haciendo feliz a cada persona que se encontraba; María sincera, alegre,
ejemplar, humilde, comprensiva, obediente.