“A Dios que concede el hablar y el
escuchar le pido hablar de tal manera que el que escucha llegue a ser mejor y
escuchar de tal manera que no caiga en la tristeza el que habla”
Cristo no
se conforma con poco. Nos pone alto el nivel. Nos pide vigilar y estar en vela
una noche tras otra. En las noches de nuestro ánimo, de nuestra esperanza, en
las noches de nuestra fe y nuestra virtud, en las noches de nuestro espíritu,
de nuestra vida, Cristo nos pide vigilar y mantener encendida la lámpara. Que,
aunque todo esté oscuro, mantengamos una luz mínima, una lámpara.
Es difícil
esta petición sino fuera grande la ayuda y grande la recompensa. La ayuda la
encontramos en la primera lectura: “Él es nuestra paz”. Cristo nos trae la paz
y el sosiego en la lucha. Cristo ha vencido para crear un solo hombre nuevo. Y
construye su Iglesia, y nos construye a ti y a mí de forma sólida, teniendo a
Él por piedra angular. Solo con esta ayuda podemos ser morada de Dios y
consagrados a Él (por el bautismo) para su Gloria. Solo si estamos edificados
en Él y sostenidos por Él podemos vivir para su Gloria.
Y la
recompensa también sale en estas lecturas: se coherederos del Reino, miembros
de la familia de Dios, conciudadanos de los santos y el mismo Señor de la casa
nos servirá en el Banquete. Cristo mismo nos promete servirnos en el Banquete:
en esta tierra ya se nos da como banquete en la Eucaristía, pero en la
eternidad nos servirá un plato único: la bienaventuranza, que en castellano
actual es la felicidad que nunca acaba.
Pidamos ser
siempre del Señor, solo del Señor, por muchas noches que atreviese nuestra
vida. Feliz y bienaventurada oración.