El Espíritu Santo hoy, en la antesala
de la gran fiesta de todos los santos, nos estimula a vivir en obediencia de
unos para con otros “como esclavos de Cristo que hacen lo que Dios quiere… como
quien sirve al Señor y no a hombres” (escribe san Pablo en Efesios). Palabras
que suponen una novedad de vida, todo un programa que tiene su sentido si queremos
seguir de cerca y por amor a este gran Dios y Señor nuestro, Jesucristo, que se
hizo siervo de todos y pasó haciendo el bien.
Podemos reflexionar: ¿Me gusta
servir, hacerme servidor de aquellos con los que convivo? O ¿me retraigo y
pongo por delante mi edad y mis derechos? Este es el termómetro de la santidad
realista. El evangelio nos anima en este camino, cuando ensalza a los últimos,
que serán primeros.
La pregunta por la salvación de los
demás, del mundo, de nuestras familias y amigos, es una pregunta llena de
sentido. Es lógico que, viendo lo que nos toca ver, preguntemos por la
salvación del mundo. A una joven carmelita, hace unos días, un familiar le
preguntaba por su comida. Y al saber que ayunaba, extrañado le preguntó que por
qué, qué celebraban para ayunar un día cualquiera de octubre. Y su respuesta
convencida e inmediata fue: “Hay muchas almas que salvar”.
Jesús nos invita a la fidelidad, a la
paciencia y a la perseverancia. Y, a ejemplo de la carmelita, a la intercesión
mediante la oración y los pequeños sacrificios. Es el mensaje de Fátima y la
espiritualidad de santa Teresita, que el Padre quería que hiciésemos vida
propia.
Ojalá la Virgen nos alcance esta
gracia de llegar a ser “santos de la puerta de al lado”.