10 de enero 2019 – Puntos de oración


Podemos empezar nuestra oración pidiendo el don de ver, con la “vista imaginativa”, a Jesús entrar en la sinagoga de Nazaret. Era un sábado “y se puso en pie para hacer la lectura”. Había vuelto, después de un tiempo, a su pueblo. Sentía la mirada de rostros conocidos, puesta en Él. Podemos situarnos, como uno más, con los ojos fijos en Él.
Ponemos los ojos allí donde está nuestro corazón. Aprovechemos esta circunstancia, de la escena de la sinagoga. Nos daremos cuenta de que los males de nuestra vida están en no tener clavada nuestra mirada en el Salvador. ¿Cómo sería la mirada de Jesús? Detengámonos a considerarla: Jesús miraba con aquellos ojos penetrantes que “te sondean y te conocen”, como dice el salmo, con ojos misericordiosos que te invitan a la cercanía, con ojos de amor que te llenan de fortaleza.
Pidamos a la Virgen “sus ojos para mirarle”, que ella nos preste esos ojos que no temen cruzarse con los de Jesús. El Deuteronomio nos cuenta cómo Moisés hablaba “cara a cara con Dios”, como habla un amigo con otro amigo, esa gracia tenemos que arrancar de la Virgen. 
Escribía Abelardo: “Hoy, la Humanidad, el corazón del hombre está enfermo por no mirar a Jesús. Él tiene los ojos puestos en nosotros (Abelardo de Armas. Aguaviva.pág.258). Como no miramos a Jesús, nos miramos a nosotros mismos y sólo encontramos miseria.
Lo triste es que, en este pasaje, eso es lo que les pasaba a sus paisanos. Jesús tuvo que decirles: “En verdad os digo que ningún profeta es bien recibido en su patria”. Intentaron precipitarle desde la cima del monte, “pero Él, atravesando por medio de ellos, se fue”.
Ante sus paisanos usó dos “palabras”: La palabra de Dios y el “silencio”. Les leyó la palabra de Dios y les informó que en Él se cumplía esa palabra. Ante sus murmuraciones, solo una pequeña queja: “ningún profeta es bien recibido en su patria” y el silencio.  
Jesús percibe que el demonio ha entrado en el corazón de aquella gente y su respuesta es el silencio. El demonio pidió un milagro a Jesús en el desierto y su respuesta fue la palabra de Dios y el silencio, igual hace aquí palabra de Dios y silencio.
Jesús nos enseña que cuando no se quiere ver la verdad, lo mejor es decir lo justo, la palabra de Dios y no entrar en la discusión. Esas discusiones dentro de la familia de política, deporte, religión, dinero, en las que no se quiere llegar a la verdad, sino más bien imponer nuestras ideas o incluso menospreciar al otro, la mejor argumentación es el silencio. Si no queréis ver la verdad quedaros con vuestras disquisiciones.
Pidamos hoy a la Virgen la gracia de la escucha, que en el templo de nuestro interior nos encontremos en la adoración, que nos permita decir: Habla Señor, que tu siervo te escucha”.

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