Llevamos una temporada haciendo la
primera lectura de la Carta a los Hebreos, donde se nos presenta a Jesús como
sacerdote que se compadece de los hombres y nos perdona los pecados.
Él ofrece un solo sacrificio a Dios
Padre. No le hace falta más, su amor y entrega es total y definitiva. Nosotros
nos sumamos cada día a ese sacrificio de Cristo, no repetido, sino actualizado,
conmemorado.
No se nos exigen actos heroicos, sino
identificarnos cada vez más con la entrega del Señor. Por eso la vida cristiana
y, como consecuencia, la vida de oración resulta sencilla y asequible para
todos los hombres de todas las épocas.
El Evangelio de hoy es largo, pero muy
conocido. El sembrador y la semilla. Lo hemos considerado muchas veces.
Es lo que tenemos que suplicar hoy en la
oración, que la Palabra de Dios caiga en nuestra alma, convertida en tierra
buena, y dé fruto en abundancia.
El Señor quiere que nuestras vidas no
sean estériles. Estamos llamados a dar fruto. Por eso mismo, la oración bien
hecha nos impulsa a la misión, a no quedarnos en nuestro pequeño mundo
personal.
Como nos dice constantemente el Papa
Francisco, hemos de ser una Iglesia en salida, llevando a nuestros hermanos lo
que Dios nos ha transmitido cada día en ese trato personal bien cuidado.
Que la Virgen María, llena del amor de
Dios, nos acompañe en esta tarea de la nueva evangelización.