Para iniciar la oración nos ponemos en
la presencia de Dios y pedimos auxilio al Espíritu Santo para que sea Él quien
la haga en nosotros.
El salmo nos recuerda que aún estamos
inmersos litúrgicamente en la Feria de la Navidad: “Los confines de la
tierra han contemplado la victoria de nuestro Dios”. La encarnación
del Hijo de Dios es victoria para Dios y para el hombre. Hagamos que lo
vivido durante los días de Navidad aún resuene en nuestros corazones y gocémonos
por el Nacimiento del Salvador. Con esto podríamos tener casi la oración
hecha.
Pero podríamos dar un paso más. Quisiera
centrarme sólo en un aspecto del pasaje evangélico que hoy nos ofrece la
liturgia, pasaje evangélico que seguramente habremos meditado más de una vez.
Los discípulos preguntan a Jesús: “¿Dónde vives?”. En la cultura
judía invitar a una persona a la propia casa significaba compartir su intimidad,
es decir, que implicaba tener cierta confianza con esa persona. Detrás
de la pregunta de los discípulos hay un deseo inmenso de conocer a Jesús, de
compartir vida con Él. Y Jesús supera sus expectativas, les dice: “Venid
y lo veréis”. Les invita a compartir su vida con ellos, a
mostrarles lo más íntimo de su ser. Y es una invitación que también nos
hace a nosotros, constantemente, al ofrecerse en la Eucaristía. Una
experiencia similar tuvieron los discípulos de Emaús. Y la hemos
contemplado también en el Nacimiento del Señor, cuando llegaron al lugar donde
estaba María, José y el Niño, la casa de la Sagrada Familia, primero los
pastores y después los Magos. Y en esta escena Jesús nos invita también
a nosotros a su casa, para que le adoremos, para compartir vida, la intimidad
de su Hogar.
“Él les dijo: Venid y lo veréis” El
Señor los llamó a estar con Él, y en ese estar con Él, los discípulos
encontraron el sentido de sus vidas. También a cada uno de nosotros, en
algún momento de nuestra vida, Jesús nos ha hecho el mismo llamamiento, en
nuestra trayectoria personal hemos sentido ese toque suyo, ante el cual nos
hemos quedado en Su casa y ya no hemos querido salir. Podemos recordar ese
momento y quedarnos en acción de gracias a Él, por abrirnos las puertas de su
corazón, por estar siempre dispuesto a recibirnos con misericordia.
Sin duda, fue el llamado que recibió San
Manuel González, el apóstol de los sagrarios abandonados, cuya fiesta
celebramos hoy. Descubrió que Jesús verdaderamente vivía en el Sagrario
y lo dejó todo para seguirle. Pidámosle a este santo obispo la gracia de
responder con generosidad a lo que el Señor nos pida.