Hoy Jesús nos explica su nombre. Jesús
hoy nos dice qué significa “Jesús”. “Jesús” significa “Dios salva”. Y eso es lo
que Jesús quiere decirnos hoy: que es Dios y que ha venido a salvar.
Jesús, en el Evangelio de hoy, se enfrenta
a un problema: cómo explicarles a los judíos, al pueblo de Israel que Él es
Dios. Quizá nosotros tendamos a ver a Jesús más como a Dios que a como hombre,
pero el pueblo de Israel tenía el problema contrario: veían solo al hombre y
les resultaba inconcebible que pudiera ser Dios. La Encarnación era algo
demasiado grande para su cabeza. Dios estaba demasiado lejos. Por eso dice
públicamente que los pecados del paralítico están perdonados: porque eso solo
lo puede hacer Dios. Y por eso cura al hombre: para demostrar que el perdón de
los pecados no es una metáfora o unas palabras bonitas sino una realidad.
Pongámonos hoy en los zapatos de Jesús.
Veamos la situación con sus ojos. Ese hombre, tan desgraciado, su drama,
traspasado por la mirada del Maestro. Y Jesús pensando, yo soy la salvación que
el Padre les envía, ¿cómo hacerles entender?, ¿cómo abrirles los ojos para que
vean que en mí lo encuentran todo? Detengámonos en esos pensamientos de Jesús.
Jesús que percibe también el recelo de los escribas. Jesús mira a todos con la
mirada que dirige al paralítico. No solo a él le quiere salvar. Jesús estaba
enseñando para hacerles llegar la Buena Noticia: Él es el brazo del Padre que
viene a acariciarnos. Pero a la vez, se ve sometido a las limitaciones de todo
hombre la dificultad de comprensión, la posibilidad del rechazo.
Revivamos esta escena desde su corazón, que experimenta la contradicción
de los hombres, de nosotros, entre nuestra necesidad de Dios y la dificultad de
descubrirle, de confundir sus signos por signos de soberbia, de temor…
Terminemos la oración introduciéndonos en ese corazón que, a pesar del parcial
fracaso, prepara ya la nueva oportunidad para que nos encontremos con Él, para
que esos que le han rechazado puedan reconocerle.