Nos acercamos a la oración recordando a
dos testigos de Cristo, a los santos Timoteo y Tito, que nos descubren cual
debe ser la clave y tarea de nuestra vida de seguimiento del Señor como
discípulos suyos. ¡Avivar el don de Dios y ponernos en camino!
Entremos en la presencia del Señor, en
el recogimiento interior, poniendo delante la invitación que recibimos, la
invitación que se renueva cada día, ¡reaviva el don de Dios que recibiste!,
nada más importante ni más grande. Nuestra vida de fe, nuestra vida cristiana
consiste, sobre todo, en acoger el don y en ofrecer el don recibido.
¡Y Dios no nos ha dado un espíritu
cobarde, sino un espíritu de energía, amor y buen juicio! (realmente somos
inmensamente regalados…)
Cada vez que acudo a la oración tengo
que agradecer haber recibido, inmerecidamente este don, y pedir crecer en él,
en este espíritu, que la presencia de Dios en mi vida sea cada vez mayor, que
en todas las cosas se manifieste que el Señor es rey, que el Señor es mi rey.
Debo pedir en la oración no ante poner
nada a Cristo. El verdadero discípulo de Jesús piensa todas las cosas por medio
de Jesucristo y Jesucristo por medio de todas las cosas. Cristo en mí y yo en
Cristo.
Entonces la fe se convierte en la clave
interpretativa de toda la realidad y, en especial, de la historia humana, por
tanto, también de mi propia historia.
En el encuentro con Cristo debo ir
descubriendo que éste es el fundamento de la salvación, y en consecuencia, que
de ahí brotará la infatigable preocupación mía y de la Iglesia: que el mundo
crea en Aquel que el Padre ha enviado para salvar al mundo.
Como Timoteo y Tito, como los 72
enviados, hemos de descubrimos en la oración enviados a todos los pueblos, a
mis hermanos, a los que comparten mi existencia cotidiana. Mucha es la mies y
por tanto tenemos que ponernos en camino, aunque conozcamos las dificultades.
Me descubro enviado, me descubro apóstol, me descubro misionero.
Contemplando al Señor en la oración debo
tener claro qué decirles a los hombres. El Señor es rey …. En Él está la
promesa de la vida…. Él es mi Señor… Mi Dios y mi todo. El centro del
cristianismo no es la acción del hombre sino la acción de Dios. No debo reducir
ni empequeñecer el espíritu cristiano.
Fortalecido con la oración, con el
encuentro cara a cara con Él, salgo lleno de esperanza y de gozo. Él es el gran
don que debo avivar en mí y que la Iglesia debe avivar en los creyentes, en los
hombres de fe.
María, Madre de la fe, madre de los creyentes, que como en ti, mis
palabras y mi vida sean un cántico nuevo.