Nos ponemos en presencia del Señor. No
vengo a pensar en Dios, sino a encontrarme Contigo.
Pedir gracia a Dios nuestro Señor, para
que todas mis intenciones, acciones y operaciones sean puramente ordenadas en
servicio y alabanza de su divina majestad.
Hoy es fácil encontrar un modelo (tres
en realidad) en el que fijarse y aprender a presentarse delante de Dios, no
para pensar en Él sino para adorarle. Los Magos venidos de Oriente rinden sus
corazones al Niño Dios, el Mesías, y le presentan regalos.
Se ofrecen para la oración de hoy,
retazos de la homilía de Epifanía de Benedicto XVI del 2008.
· Celebramos
hoy a Cristo, luz del mundo, y su manifestación a las naciones. En el día de
Navidad el mensaje de la liturgia era: "Hoy desciende una gran luz a la
tierra". En Belén, esta "gran luz" se presentó a un pequeño
grupo de personas, a un minúsculo "resto de Israel": a la
Virgen María, a su esposo José, y a algunos pastores. Una luz humilde, según el
estilo del verdadero Dios. Una llamita encendida en la noche: un frágil
niño recién nacido, que da vagidos en el silencio del mundo... Pero en torno a
ese nacimiento oculto y desconocido resonaba el himno de alabanza de los coros
celestiales, que cantaban gloria y paz (cf. Lc 2, 13-14).
· El
nacimiento del Rey de los judíos había sido anunciado por una estrella que se
podía ver desde muy lejos. Este fue el testimonio de "algunos Magos"
que llegaron desde Oriente a Jerusalén poco después del nacimiento de Jesús, en
tiempos del rey Herodes (cf. Mt 2, 1-2).
· Una vez
más, se comunican y se responden el cielo y la tierra, el cosmos y la historia.
Las antiguas profecías se cumplen con el lenguaje de los astros. "De Jacob
avanza una estrella, un cetro surge de Israel" (Nm 24, 17), había anunciado
el vidente pagano Balaam, llamado a maldecir al pueblo de Israel y que, al
contrario, lo bendijo porque, como Dios le reveló, "ese pueblo es
bendito" (Nm 22, 12).
· Estos lo
vieron con los ojos de la fe. Todos vieron la estrella, pero no todos
comprendieron su sentido. Del mismo modo, nuestro Señor y Salvador nació para
todos, pero no todos lo acogieron.
· La Iglesia
misma, depositaria de la bendición, es santa y a la vez está compuesta de
pecadores; está marcada por la tensión entre el "ya" y el
"todavía no". En la plenitud de los tiempos Jesucristo vino a
establecer la alianza: él mismo, verdadero Dios y verdadero hombre, es el
Sacramento de la fidelidad de Dios a su plan de salvación para la humanidad entera,
para todos nosotros.
· La llegada
de los Magos de Oriente a Belén, para adorar al Mesías recién nacido, es la
señal de la manifestación del Rey universal a los pueblos y a todos los hombres
que buscan la verdad. Es el inicio de un movimiento opuesto al de Babel:
de la confusión a la comprensión, de la dispersión a la reconciliación. Por
consiguiente, descubrimos un vínculo entre la Epifanía y Pentecostés: si
el nacimiento de Cristo, la Cabeza, es también el nacimiento de la Iglesia, su
cuerpo, en los Magos vemos a los pueblos que se agregan al resto de Israel,
anunciando la gran señal de la "Iglesia políglota" realizada por el
Espíritu Santo cincuenta días después de la Pascua.
· Este
"misterio" de la fidelidad de Dios constituye la esperanza de la
historia. Ciertamente, se le oponen fuerzas de división y atropello, que
desgarran a la humanidad a causa del pecado y del conflicto de egoísmos. En la
historia, la Iglesia está al servicio de este "misterio" de bendición
para la humanidad entera. En este misterio de la fidelidad de Dios, la Iglesia
sólo cumple plenamente su misión cuando refleja en sí misma la luz de Cristo
Señor, y así sirve de ayuda a los pueblos del mundo por el camino de la paz y
del auténtico progreso.
· Con
Jesucristo la bendición de Abraham se extendió a todos los pueblos, a la
Iglesia universal como nuevo Israel que acoge en su seno a la humanidad entera.
· Es necesaria una esperanza mayor, que permita preferir el bien común de
todos al lujo de pocos y a la miseria de muchos. "Esta gran esperanza sólo
puede ser Dios, (...) pero no cualquier dios, sino el Dios que tiene un rostro
humano" (Spe salvi, 31), el Dios que se manifestó en el Niño de
Belén y en el Crucificado Resucitado.
· Si hay una
gran esperanza, se puede perseverar en la sobriedad. Si falta la verdadera
esperanza, se busca la felicidad en la embriaguez, en lo superfluo, en los
excesos, y los hombres se arruinan a sí mismos y al mundo. La moderación no
sólo es una regla ascética, sino también un camino de salvación para la
humanidad.
· Por esto,
hacen falta hombres que alimenten una gran esperanza y posean por ello una gran
valentía. La valentía de los Magos, que emprendieron un largo viaje siguiendo
una estrella, y que supieron arrodillarse ante un Niño y ofrecerle sus dones
preciosos. Todos necesitamos esta valentía, anclada en una firme esperanza.
¿De qué me hablan estas palabras de
Benedicto XVI? ¿Hay algo de mi vida, de mi mundo, de mi historia que resuena en
mí al contemplar a ese Niño, en brazos de la Madre, adorado por los magos de
Oriente?
Terminar con un coloquio con nuestra
Madre, la discípula humilde y confiada, que sintió palpitar el Corazoncito del
Señor en sus entrañas. Madre, que me deje mirar por Él, que conozca su
Amor para conmigo.