29 enero 2019. Martes de la III semana del Tiempo Ordinario – Puntos de oración

* Primera lectura:
Una vez más, la carta a los Hebreos afirma que las instituciones del Antiguo Testamento eran una sombra y una promesa, que en Cristo Jesús han tenido su cumplimiento y su verdad total.
Los sacrificios de antes no eran eficaces, porque «es imposible que la sangre de los animales quite los pecados». Por eso tenían que irse repitiendo año tras año y día tras día. Esto pasaba en Israel y también en todas las religiones, porque en todas el hombre intenta acercarse y tener propicio a su Dios.
Mientras que Cristo Jesús se ofreció en sacrificio a sí mismo. El Salmo 39 describe la actitud de Jesús ya desde el momento de su encarnación: «Tú no quieres sacrificios ni holocaustos, pero me has dado un cuerpo: aquí estoy, oh Dios, para hacer tu voluntad». Es uno de los salmos que mejor retratan a Cristo y su actitud a lo largo de su vida y de su muerte. Por esta entrega de Cristo, de una vez para siempre, «todos quedamos santificados».
En nuestra celebración de la Eucaristía es bueno que nos acostumbremos a llevar también nuestra pequeña ofrenda existencial: nuestros esfuerzos, trabajos, alegrías y sufrimientos, nuestros éxitos y fracasos... Esta entrega personal es la que Cristo nos ha enseñado. El sacrificio externo y ritual sólo tiene sentido si va unido al personal y existencial, porque el sacrificio personal nos compromete en profundidad y en todos los instantes de nuestra vida.
* Evangelio:
Concluye el capítulo tercero de Marcos con este corto episodio que tiene como protagonistas, a sus familiares. Los «hermanos» en el lenguaje hebreo son también los primos y tíos y demás familiares. Esta vez sí se dice que estaba su madre.
Las palabras de Jesús no desautorizan a su madre ni a sus parientes. Jesús aprovecha la ocasión para decir cuál es su visión de la nueva comunidad que se está reuniendo en torno a Él. La nueva familia no va a tener como valores determinantes ni los lazos de sangre ni los de la raza. No serán tanto los descendientes de raza de Abraham, sino los que imitan su fe: «El que cumple la voluntad de Dios, ése es mi hermano y mi hermana y mi madre».
Nosotros, como personas que creemos y seguimos a Cristo, pertenecemos a su familia. Esto nos llena de alegría. Por eso podemos decir con confianza la oración que Jesús nos enseñó: «Padre nuestro». Somos hijos y somos hermanos. Hemos entrado en la comunidad nueva del Reino.
Nos llena de alegría y gozo que esté la Virgen María, la Madre de Jesús. Si de alguien se puede decir que «ha cumplido la voluntad de Dios» es de ella, la que respondió al ángel enviado de Dios: «Hágase en mi según tu Palabra». Ella es la mujer creyente, la totalmente disponible ante Dios.
Incluso antes que su maternidad física, tuvo María de Nazaret este otro parentesco que aquí anuncia Cristo, el de la fe. Como decían los Santos Padres, ella acogió antes al Hijo de Dios en su mente por medio de la fe que en su seno por su maternidad.
Por eso es María para nosotros buena maestra, porque fue la mejor discípula en la escuela de Jesús. Y nos señala el camino de la vida cristiana: escuchar la Palabra, meditarla en el corazón y llevarla a la práctica.
Oración final
Dios todopoderoso, que, según lo anunciaste por el ángel, has querido que tu Hijo se encarnara en el seno de María, la Virgen, escucha nuestras súplicas y haz que sintamos la protección de María los que la proclamamos verdadera Madre de Dios. Por Jesucristo, nuestro Señor. Amén.

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