Para la oración de hoy, tras serenar el
corazón, ponernos en presencia del Omnipotente, e invocar al Espíritu Santo, os
brindo un texto del Papa Francisco para que nos ayude a meditar sobre el
Evangelio de hoy.
“Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos
días!
El pasaje evangélico de este domingo
(cf. Mc 1, 21-28) presenta a Jesús que, con su pequeña comunidad de discípulos,
entra en Cafarnaún, la ciudad donde vivía Pedro y que en esa época era la más
grande de Galilea. Y Jesús entró en esa ciudad.
El evangelista san Marcos relata que
Jesús, al ser sábado, fue inmediatamente a la sinagoga y comenzó a enseñar (cf.
v. 21). Esto hace pensar en el primado de la Palabra de Dios, Palabra que se
debe escuchar, Palabra que se debe acoger, Palabra que se debe anunciar. Al
llegar a Cafarnaún, Jesús no posterga el anuncio del Evangelio, no piensa en
primer lugar en la ubicación logística, ciertamente necesaria, de su pequeña
comunidad, no se demora con la organización. Su preocupación principal es
comunicar la Palabra de Dios con la fuerza del Espíritu Santo. Y la gente en la
sinagoga queda admirada, porque Jesús «les enseñaba con autoridad y no como los
escribas» (v. 22).
¿Qué significa «con autoridad»? Quiere
decir que en las palabras humanas de Jesús se percibía toda la fuerza de la
Palabra de Dios, se percibía la autoridad misma de Dios, inspirador de las
Sagradas Escrituras. Y una de las características de la Palabra de Dios es que
realiza lo que dice. Porque la Palabra de Dios corresponde a su voluntad. En
cambio, nosotros, a menudo, pronunciamos palabras vacías, sin raíz o palabras
superfluas, palabras que no corresponden con la verdad. En cambio, la Palabra
de Dios corresponde a la verdad, está unida a su voluntad y realiza lo que
dice. En efecto, Jesús, tras predicar, muestra inmediatamente su autoridad
liberando a un hombre, presente en la sinagoga, que estaba poseído por el
demonio (cf. Mc 1, 23-26). Precisamente la autoridad divina de Cristo había
suscitado la reacción de Satanás, oculto en ese hombre; Jesús, a su vez,
reconoció inmediatamente la voz del maligno y le «ordenó severamente: “Cállate
y sal de él”» (v. 25). Con la sola fuerza de su palabra, Jesús libera a la
persona del maligno. Y una vez más los presentes quedan asombrados: «Incluso
manda a los espíritus inmundos y le obedecen» (v. 27). La Palabra de Dios crea
asombro en nosotros. Tiene el poder de asombrarnos.
El Evangelio es palabra de vida: no
oprime a las personas, al contrario, libera a quienes son esclavos de muchos
espíritus malignos de este mundo: el espíritu de la vanidad, el apego al
dinero, el orgullo, la sensualidad... El Evangelio cambia el corazón, cambia la
vida, transforma las inclinaciones al mal en propósitos de bien. El Evangelio
es capaz de cambiar a las personas. Por lo tanto, es tarea de los cristianos
difundir por doquier la fuerza redentora, convirtiéndose en misioneros y
heraldos de la Palabra de Dios. Nos lo sugiere también el pasaje de hoy que
concluye con una apertura misionera y dice así: «Su fama —la fama de Jesús— se
extendió enseguida por todas partes, alcanzando la comarca entera de Galilea»
(v. 28). La nueva doctrina enseñada con autoridad por Jesús es la que la
Iglesia lleva al mundo, juntamente con los signos eficaces de su presencia: la
enseñanza autorizada y la acción liberadora del Hijo de Dios se convierten en
palabras de salvación y gestos de amor de la Iglesia misionera. Recordad
siempre que el Evangelio tiene la fuerza de cambiar la vida. No os olvidéis de
esto. Se trata de la Buena Noticia, que nos transforma sólo cuando nos dejamos
transformar por ella. Por eso os pido siempre tener un contacto cotidiano con
el Evangelio, leerlo cada día, un trozo, un pasaje, meditarlo y también
llevarlo con vosotros adondequiera que vayáis: en el bolsillo, en la cartera...
Es decir, nutrirse cada día en esta fuente inagotable de salvación. ¡No os
olvidéis! Leed un pasaje del Evangelio cada día. Es la fuerza que nos cambia,
que nos transforma: cambia la vida, cambia el corazón.
Invoquemos la maternal intercesión de la
Virgen María, quien acogió la Palabra y la engendró para el mundo, para todos
los hombres. Que ella nos enseñe a ser oyentes asiduos y anunciadores
autorizados del Evangelio de Jesús.”