Acabamos el tiempo de Navidad con este
lunes 14 de enero, y empezamos el Tiempo ordinario. Es el lunes de la primera
semana, es el principio de la vida normal. Gracias a Dios, la Iglesia nos
presenta de vez en cuando en la liturgia tiempos especiales de celebración,
pero la mayor parte del tiempo lo que tenemos es tiempo ordinario. Es un tiempo
equivocadamente poco celebrativo por nuestra parte, más que ordinario nos
parece monótono. Pero no debería ser así. No debe ser un tiempo de un solo tono
(monótono), tanto si se refiere al color como si se refiere al sonido, sino,
como la vida misma, un tiempo en colores y polifónico. Un día cualquiera es un
día único.
Valga esta introducción para que este
lunes primero del año o cualquier jueves de cualquier semana por ahí perdida de
cualquier mes sea un día lleno de luz, de color y de sonidos. Dios es una eterna
sorpresa, como lo hemos meditado muchas veces, por eso a él no le gana nadie en
tonalidades de color y de sonido. ¡Cuántos colores aún por descubrir! ¡cuántos
sonidos y canciones aún por escuchar! La oración de hoy puede ser una de esas
veces en que todo luce y suena bien.
Podemos dar gracias a Dios por todo esto
que hemos ido diciendo hasta ahora, pero para cuando llevemos un rato
agradeciendo, nos vendrá bien meditar también por esta otra sorpresa de Dios:
para hablar a todos de esta vida tan bella Dios nos ha elegido como
colaboradores suyos. Sí, esto dice el Evangelio de hoy, que Jesucristo eligió a
unos pescadores, llamémosles ordinarios, para llevar ese Evangelio. No eligió a
los oradores, magos, sabios, reyes o ricos de su época, sino que eligió a un
tal Simón (al que para darle un poco más de prestancia le cambió el nombre) y a
unos jóvenes pescadores de un pueblo no muy importante de un pequeño lago
interior de Galilea. O sea, podría ser perfectamente a mí mismo.
Yo he sido elegido para llevar el color
y la música de Dios por el mundo. ¡Qué osado eres, Señor!
¡Ale, pues a meditar sobre esto y darle
gracias!