Estos días nuestra oración es por una de
las intenciones más queridas del concilio Vaticano II: la unidad de los
cristianos. Orar por esta intención es vivir el misterio de la Iglesia en toda
su riqueza, pues no se trata de un mero aspecto de la vida de la Iglesia sino
de su vida más profunda. “Que todos sean uno” es la oración de Jesucristo y esa
comunión tiene una finalidad: “para que el mundo crea”.
Todos los cristianos sabemos que
Jesucristo solo fundó una Iglesia, Pueblo de Dios, Misterio de salvación
(sacramento universal de salvación) que el Padre realiza por Jesucristo y el
Espíritu Santo, Cuerpo de Cristo. Esta Iglesia pervive en la unidad católica y
encuentra elementos allí donde la fe y el bautismo se hacen presentes; estos
elementos tienden a la unidad que Jesucristo quiere por su propio dinamismo.
Encomendamos a María, madre de la
unidad, esta intención de nuestra oración.
La esperanza cristiana fundada en
Jesucristo que vive para siempre intercediendo por nosotros no defrauda. Esta
esperanza se encuentra realizada en Jesucristo que como firme ancla ha logrado
lo que toda la Iglesia espera y ya es realidad en sus mejores hijos. Jesucristo
es el Señor de la historia.