Con el nuevo año, hemos reanudado
nuestro seguimiento de Jesucristo en nuestra oración personal. Meterse en su vida, y hacer que su vida entre en
la nuestra, es toda una gracia que tenemos que alcanzar… Por lo tanto,
comencemos nuestra oración en este día invocando la acción del Espíritu Santo
sobre nosotros…
Juan había sido preso y Jesús se retira
a Galilea. “Esto es, se separó de la Judea
para no anticipar el tiempo oportuno de su pasión y para darnos ejemplo de cómo
debemos huir del peligro” (Pseudo-Crisóstomo, opus imperfectum super
Matthaeum, hom. 6).
Cafarnaúm será la ciudad privilegiada de
la acción apostólica de Jesús. Su
paso por ese territorio conllevará no pocos milagros, y la luz de Cristo,
inundará a todos aquellos que lo vean, lo traten, lo escuchen… Seamos nosotros
conscientes una vez más, de lo que supone del paso de Dios por nuestras vidas…
Recordemos hoy aquella etapa en la que estábamos en tinieblas y en sombras de
muerte, y como nos amaneció la luz verdadera que es Cristo, y como después de
tanto tiempo transcurrido, esa luz sigue brillando e iluminando nuestra
existencia.
¿Cuál es el mensaje que hoy volvemos a
escuchar de los labios de Jesús? “¡Haced
penitencia, porque se acerca el reino de los cielos” La penitencia es
la mejor expresión de nuestro amor hacia Dios y de nuestra corresponsabilidad
en el bien de los demás… Vivimos en un mundo que huye de todo sacrificio,
abnegación o renuncia, que solo busca gozar, disfrutar, y pasarlo bien; y que
cuando se muestra o se pronuncia la palabra penitencia, se siente una cierta
desazón… Tenemos que hacer penitencia ciertamente, pero también tenemos que
mostrar su fruto: gozo, alegría y paz.., pues nos acerca al Reino de los
Cielos…
“Jesús recorría toda Galilea, y enseña y
predica el Evangelio del reino”, pero lo hacía, acompañando todo ello con otra acción
complementaria, y es que “sanaba toda enfermedad y toda dolencia en el
pueblo…”Tenemos que enseñar y predicar, pero tenemos también que transmitir
la bondad que todo ello encierra. Quizás no podremos curar físicamente los
cuerpos, pero si podemos devolver la alegría a las almas que nos escuchan o con
quienes tratamos… Dios quiere que la alegría reine en el corazón de sus hijos.
Una joven
carmelita de Pontoise, muerta en olor de santidad en 1919, Sor María Angélica
de Jesús, escribía poco antes de su muerte: «Me parece como si
Jesús hubiera hecho de mi alma un alma de alegría... Esto no me priva de ser
molida por El, ni de sentir el sufrimiento, incluso muy a lo vivo; pero en
medio de este sufrimiento soy feliz. Dios hace que en todo encuentre felicidad.
Pero es cierto que esta alegría viene de Él, y sólo de Él».
Que se note hoy
en nuestras vidas, este toque de la Gracia de Dios en nosotros, y que seamos
capaces de contagiarlo a quienes nos rodean, para que puedan seguir a
Jesucristo más de cerca…