Tras la fiesta de la maternidad divina
de María, la Iglesia nos presenta hoy a los santos Basilio Magno y Gregorio
Nacianceno, dos grandes amigos. San Gregorio formó el primer monasterio que
hubo en Asia Menor, organizó la existencia de los religiosos y enunció los
principios que se conservaron a través de los siglos y hasta el presente
gobiernan la vida de los monjes en la Iglesia de oriente. San Basilio practicó
la vida monástica propiamente dicha durante cinco años solamente, pero en la
historia del monaquismo cristiano tiene tanta importancia como el propio San
Benito.
Ambos fueron ejemplo de amistad
cristiana y testigos de la verdad de Cristo en tiempos revueltos, como los
nuestros.
Por ello, en nuestra oración de hoy,
puestos en la presencia de Dios, nos pueden ayudar a releer despacio el texto
de la primera carta del apóstol san Juan, que se refiere a los que niegan que
Jesús es el Cristo, a los que niegan al Padre y al Hijo.
San Basilio y san Gregorio confesaron al
Hijo, por lo que pudieron poseer también al Padre. Vamos a pedirles hoy que
sepamos descubrir al Hijo en ese niño oculto entre pajas de Belén, adorado por
pastores, que no pudo nacer ni en una posada. Sepamos descubrir en Él, como
estos dos santos, a todo un Dios Padre que derrama sobre el mundo su amor
inmenso en la figura de un niño, para que lo podamos coger, abrazar, comer a
besos.
Ese niño nos enseña, como dice el
apóstol, “acerca de todas las cosas”.
Con su sabiduría podemos comprender
mejor la figura de Juan el Bautista, que el evangelio nos presenta de nuevo, al
igual que en la preparación de la Navidad.
El Bautista nos enseña se nuevo el
significado profundo de la Navidad: cuando muchos piensan que lo principal es
destacar, tener cuantos más seguidores mejor, quedar bien ante los amigos o la
familia, el testimonio de Juan nos pone en nuestro sitio. Él no quiere retener
a los que le siguen, sino invitarlos a ir tras la verdadera luz, que se
presenta mediante un pequeño niño nacido en un portal.
Es una invitación a hacer nosotros lo
mismo. Que nuestra vida, que el día de hoy, sea un mostrar el camino hacia
Jesús en todo lo que hacemos. Desaparecer yo para que Jesús se haga un hueco en
los corazones que me rodean.
A veces es difícil no caer en la
tentación de sentirnos un poco mesías, de dejarnos alabar por lo bien que hablamos,
damos catequesis o hacemos lo que nos piden. Por eso vamos a pedirle hoy a la
Madre que todo lo que hagamos en este día sea por Jesús, y para que los que nos
rodean puedan descubrirlo en nosotros.
La carta del apóstol san Juan termina
animándonos a la confianza: Y ahora, hijos, permaneced en Él para que,
cuando se manifieste, tengamos plena confianza y no quedemos avergonzados lejos
de Él en su venida. Pidamos esa gracia, ser fieles a Cristo, y
fieles a la tarea recibida. La que sea, pequeña o grande, de mucha
responsabilidad o de poca. Lo importante es hacerlo por Él, con él y para Él.