Vamos a empezar, como siempre, este
tiempo de oración del día haciendo silencio interior –olvidemos por un momento
todas las preocupaciones que nos esperan fuera- y exterior –móvil en modo avión
para que no nos distraiga el WhatsApp…-. Así nos preparamos para escuchar la
palabra de Dios. Pedimos al espíritu santo que nos ayude a hacer este rato de
oración, sin Él nada podemos.
Las lecturas de hoy nos ofrecen unos
textos curiosos. Por un lado, las referencias al sacerdocio de la carta a los
hebreos y el salmo. “Nadie tiene la autoridad de ser sacerdote sino aquel que
la ha recibido de Dios”, viene a decir. Todos, por el bautismo, hemos recibido
una participación en el sacerdocio de Cristo, pero en la Iglesia algunos
hombres han recibido el designio especial de traer la presencia sacramental de
Jesús a nuestras comunidades, a nuestra realidad, revestidos de un sacerdocio
superior. Valoremos su misión, demos a gracias y recemos incesantemente por
ellos, nos necesitan y les necesitamos. No puede haber Iglesia sin ellos.
Los sacerdotes también hacen que se dé cumplimiento al evangelio de hoy.
No podemos hacer como si Cristo no viviera entre nosotros. ¡Vive! Hoy y
siempre, y eso no puede dejarnos indiferentes. Como cada día, si dejamos que la
palabra de Dios se haga realidad irá transformando nuestra vida y la de quienes
reciben la gracia de Dios a través de nosotros.