Por partida doble, hoy, san Juan, nos
ofrece unas reflexiones, tanto en la primera lectura como en el evangelio.
Aunque ambas estas engarzadas por el salmo 97. En la primera lectura, S. Juan
nos habla de diferentes aspectos de la fe y recomendaciones a tener en cuenta.
Porque todo está referenciado a Jesús. Y más cuando hemos
contemplado la victoria de nuestro Dios con el nacimiento de su hijo.
Algunos aspectos que se nos indican son;
Obrar la justicia…porque
somos hijos de Dios
Ser semejante a El porque le veremos
Tener esperanza en Él nos purifica
Cometer pecado quebranta la ley de Dios
Él se manifestó para quitar el pecado
Quien permanece en él no peca
Si pecamos no podemos decir que le conocemos
Ser semejante a El porque le veremos
Tener esperanza en Él nos purifica
Cometer pecado quebranta la ley de Dios
Él se manifestó para quitar el pecado
Quien permanece en él no peca
Si pecamos no podemos decir que le conocemos
En el Salmo, se nos recuerda la gran
noticia que ha acontecido el 25 de diciembre. En efecto, el nacimiento del Hijo
de Dios en nuestra tierra supone contemplar la victoria de nuestro Dios.
Por eso, vamos acantarle al Señor un cántico nuevo, insistiendo en que
le aclamemos junto a toda la tierra entera, gritando,
vitoreando y tocando… la cítara para el Señor y que suenen los
instrumentos. El pueblo de Dios, en su certero sentido de las cosas, ha
expresado a las mil maravillas este sentido de la escritura. Ahí tenemos toda
la cultura de los villancicos y celebraciones navideñas. La fiesta tiene hondas
raíces cristianas. Mantenerla es una obra de coherencia con nuestra fe.
El evangelio nos presenta el testimonio
de Juan Bautista sobre Jesús. Y no es otro sino el de que
éste es el Hijo de Dios. Primero, como aquel que quita los pecados
del mundo. Después avala su testimonio porque he contemplado el
Espíritu que bajaba del cielo como una paloma, y se posó sobre él. De
esta forma se cierra el círculo del sentido de las lecturas: no podemos vivir
en el pecado pues Jesús ha venido para quitárnoslo.
¡Qué bien nos encaja aquí la figura de
la Virgen, la llena de gracia, la Inmaculada! Ella es el prototipo de lo que se
nos proponía en la primera lectura. Ella nos enseña a vivir lo que el discípulo
amado nos aconseja; todo el que permanece en él no
peca. Acudir siempre, a la Madre y Señora nuestra, es garantía de
estar siempre en el lugar adecuado. Este no es otro que sabernos hijos de Dios.