A lo largo de la vida, hay momentos en que
surge la pregunta por qué camino tirar, cuál será la senda mejor, la dirección
correcta, el paso a dar…
Las palabras de Pedro nos ofrecen la
oportunidad de optar de manera consciente y personal por Dios, de renovar la
identidad cristiana, a pesar de que el contexto ambiental pueda estar invitando
a una forma de vida descreída y presentista.
En el Antiguo Testamento leemos cómo
Josué, una vez que llegó con el pueblo a la tierra de promisión, planteó a los
israelitas la posibilidad de seguir a los ídolos de los otros pueblos. Él por
su parte se confesó creyente y fiel al Señor: «Si no os parece bien servir al
Señor, escoged hoy a quién queréis servir: a los dioses que sirvieron vuestros
antepasados al este del Éufrates, o a los dioses de los amorreos en cuyo país
habitáis; yo y mi casa serviremos al Señor» (Jos 24, 15).
Algo parecido vemos que sucedió en
Cafarnaúm. Ambos ejemplos nos llevan a personalizar la fe en Jesucristo, la
opción por Él, a pesar de que parezca algo trasnochado confesarse creyente. Sin
embargo, es el momento de optar, de testimoniar la convicción de que seguimos
al que se nos ha manifestado como Hijo de Dios.
Quienes caminan en la vida de forma
creyente, afrontan las dificultades de otra manera, y aunque sientan dudas,
como los demás, saben resolverlas desde una visión teologal, trascendente.
Independientemente de la opción de vida,
una determinación es decidir tener a Dios por Dios, como lo han hecho los
santos. Así nos lo enseñan muchos que tomaron el camino de la fe.
Con la convicción de que “todo es
gracia”, que fue Él quien nos eligió desde antes de la creación del mundo
repetiremos con el salmista: “¿Cómo pagaré al Señor todo el bien que me ha
hecho? Alzaré la copa de la salvación, invocando su nombre”.
«Señor, ¿a quién iremos? Solo tú tienes
palabras de vida eterna».