“El que cree
en el Hijo posee vida eterna”. Frase crucial del evangelio de san Juan que hoy
nos recuerda la liturgia y puede servirnos para empezar nuestro momento de
oración.
Pero antes,
tras invocar al Espíritu Santo, vamos a ponernos en manos de María, vamos a
pedirle, en este segundo día del mes de mayo, que ella dé fuerza y haga viva
nuestra oración.
Las primeras
palabras del Papa en su exhortación Christus vivit nos pueden
servir hoy para recalcar esta idea del evangelio. “Vive Cristo, esperanza
nuestra”; “Él vive y te quiere vivo”; “Él está en ti, Él está contigo y nunca
se va… llamándote y esperándote para volver a empezar”.
¡Qué bien
transmite el Papa la frase de san Juan: “el que cree en el Hijo posee vida
eterna”!
Pidamos a la
Virgen que nos creamos esta realidad que en los días de Pascua adquiere un
mayor sentido, una fuerza mayor. Cristo, que vive, nos quiere vivos, más aún,
nos da la verdadera vida. Abramos el corazón y aceptemos plenamente este gran
don que se nos hace. Sintamos el amor de Dios que nos llena, nos inunda.
Pidamos ser conscientes de ello, aún en las situaciones más complicadas de
nuestra vida, o en las pequeñas dificultades de cada día.
El ejemplo de
los apóstoles nos llena de alegría y nos da fuerzas para seguir este camino de
confianza en Jesucristo. Ellos empiezan poniendo sin rubor los puntos sobre las
íes: “Hay que obedecer a Dios antes que a los hombres”, “el Dios de nuestros
padres resucitó a Jesús… haciéndolo jefe y salvador”. Él es el que otorga a
Israel, a todos, “la conversión y el perdón de los pecados”.
Hoy podemos,
por tanto, en la oración y durante todo el día, aquí y allá, ir diciendo con el
salmo: “Cuando uno grita, el Señor lo escucha y lo libra de sus angustias”,
porque Él vive, está a nuestro lado, nos acompaña en el camino, como acompañó a
los dos de Emaús.
Nuestro
corazón, como fruto de estos días de Pascua, se llena de alegría, se llena de
esperanza: “El que cree en el Hijo posee la vida eterna”, que es lo mismo que
decir, vivirá con Cristo para siempre.
Gracias,
Madre. Haznos saborear esta realidad y transmitirla a los que nos rodean,
siendo faro de esperanza allí donde estemos, transmitiendo la alegría que brota
del Corazón de Cristo resucitado.