Cerramos el mes de mayo, el mes de la
Virgen, y estamos a punto de abrir el mes del Corazón de Jesús, tan
significativo para los católicos españoles cuando celebramos el centenario de
la consagración de España a su Corazón.
Día último de mayo, en que la fiesta de
la Virgen nos asegura que la compañía de María se dilatará a través de la campaña
de la Visitación durante todo el verano.
Podemos en la oración fijar nuestra
mirada en los dos corazones: Jesús y María. Detenernos en su interioridad,
descubrir su intimidad, acercarse al secreto de su vida (todo ello evoca el
corazón de una persona). ¿Qué vemos?
Todos los actos y palabras de Jesús
revelan a Dios Padre, manifiestan el amor incondicional, superabundante y
gratuito que Dios siente por cada persona, su hijo e hija. En Jesús vemos su
deseo de darnos a Dios, de alcanzarnos la posibilidad real de llegar a ser lo
que Dios quiere de cada uno, el “sueño de Dios” para cada uno. Y ello le ha
costado caro, hasta derramar toda su sangre, desangrar su Corazón. ¡Cuánto
valemos! ¡Cuánto nos desea Dios!
Si en el corazón de Jesús arde el ansia
de Dios Padre por crear, darse y redimir hasta hacernos una familia con la
Trinidad, ¿cómo respondo yo?
El modelo de nuestra respuesta lo
tenemos en el Corazón inmaculado de María: Apertura y disponibilidad sin
límites, confianza alegre que arrebata el corazón de Dios. ¿Estoy a ese nivel?
Seguramente no, ni por asomo. Pues,
entonces, ya tengo la materia de oración: Contemplo a Jesús y a la Virgen (“me
tumbo al sol”) y suplico a la Virgen, como mendigo, que me conceda parecerme un
poquico más a Ella.