«Yo y el Padre somos uno»
Hoy es domingo, día del Señor y día de
descanso. Tenemos más tiempo para nosotros, para una oración más sosegada y
para estar tranquilos disfrutando de la familia y los amigos. El momento
central del día debe ser la participación activa y atenta en la Eucaristía.
Ponerse guapos y guapas siempre ayuda a caer en la cuenta de lo importante que
es para cada uno el encuentro con el Señor y con la comunidad. Pero, sobre
todo, arreglarse por dentro con un buen rato de oración; y entonces se puede
dar una miradita a lo que hacemos o dejamos de hacer, a los pensamientos,
emociones; a lo que nos ocupa y preocupa. Tomando siempre y en todo como
referencia al Señor y a su Palabra.
La primera lectura de este domingo
pertenece al libro de los Hechos de los apóstoles (13,14.43-52), en ella se nos
cuenta lo que les sucedió a los apóstoles, Pablo y Bernabé en Antioquia de
Pisidia durante su primer viaje apostólico. En ese momento, la costumbre de los
apóstoles era dirigirse primero a los judíos reunidos en la sinagoga los
sábados, pero por lo general encontraban mucha oposición, e incluso como en
esta ocasión muchos judíos les insultaban. Ante esta situación
comprendieron que Dios tenía otros planes, que anunciaran el Evangelio a todo
tipo de gente; y así empezaron a predicar a los gentiles. Los no judíos
aceptaron el mensaje evangélico y se convertían a nuevo camino. En
esta ocasión acudió casi toda la ciudad a escuchar a los apóstoles, con la
consabida envidia de los judíos. Dios conoce bien a cada persona y no hace
acepción de persona. No se fija en la categoría social, en su nivel de
influencia ni en el grupo al que pertenece. Dios quiere que la luz del
Evangelio llegue a todos, que la salvación sea universal: "Yo te
haré luz de los gentiles, para que lleves la salvación hasta el extremo de la
tierra". Aquellos nuevos cristianos se alegraron mucho y
alababan a Dios. Por la predicación de los Apóstoles, los discípulos
quedaron llenos de alegría y de Espíritu Santo.
El evangelio de hoy es bastante breve,
pero tiene una gran profundidad teológica y espiritual. Ahora en la oración
escuchemos a Jesús que nos habla a cada uno, nos habla como quién nos conoce y
nos ama. Me dice: «Mis ovejas escuchan mi voz, y yo las conozco, y
ellas me siguen, y yo les doy la vida eterna. Jesús nos guarda y
protege en esta vida porque es Pastor. El Padre le ha encomendado cuidar de
toda la humanidad, de todos sus hermanos. Mi Padre, que me las ha dado,
supera a todos, y nadie puede arrebatarlas de la mano del Padre. Podemos
decir que sólo hay un Pastor, Jesucristo. Ciertamente hay otros muchos que se
proclaman líderes y que presumen de tener muchos seguidores. La experiencia nos
da que tarde o temprano esos líderes terminan defraudando a sus seguidores. En
algunos finalmente queda al descubierto su hipocresía, falsedad y corrupción;
otros son rápidamente olvidados después de un pequeño fracaso, y otros incluso
terminan quitándose la vida. Jesús en esta vida nos guarda, nos protege y
después nos da la vida eterna. ¿Me creo esto de verdad? ¿Confío en Dios más que
en nadie? En el evangelio que estamos meditando, Jesús se revela ante sus
íntimos: «Yo y el Padre somos uno.» Siente la fuerza de esta
revelación, de esta verdad. Dios se ha encarnado, se ha hecho uno de nosotros
en Jesús, para que nosotros nos hagamos uno con Él. Somos familia de Dios, por
el bautismo estamos unidos al Hijo y con el Hijo al Padre. “Porque todos los
que son guiados por el Espíritu de Dios, éstos son hijos de Dios (Rm 8,
14). San Agustín expresa esta gozosa verdad con unas bellísimas palabras: “el
Hijo de Dios fuera también Hijo de los hombres, un solo Dios con el Padre, un
solo hombre con los hombres” Y en el mismo texto añade otra verdad
como consecuencia de lo anterior y que siempre debemos tener en cuenta cuando
oramos: “así cuando nos dirigimos a Dios en la oración, el Hijo está unido a
nosotros, y, cuando ruega la Iglesia Cuerpo del Hijo, lo hace unida a Cristo su
Cabeza. De este modo... el Hijo de Dios ora por nosotros, ora en nosotros, y al
mismo tiempo es a él a quien dirigimos nuestra oración... Reconozcamos pues,
nuestra propia voz en él y su propia voz en nosotros” (Ennarrationes sobre los
salmos, salmo 85,1).
Terminemos diciendo muy despacio un
padrenuestro pensando en lo que nos dice San Agustín que cuando oramos, Jesús
está unido a nosotros, que ora por nosotros y en nosotros.