La Madre, que fue la primera testigo de
la resurrección, nos alcance gracia de su Hijo para preparar nuestra oración.
Ella es consciente de su tarea en estos primeros momentos, tras la muerte y
resurrección de su Hijo. No hace sino estar en el lugar
adecuado y con actitud serena, orante y esperanzada.
A ti y a mí se nos ha proclamado la buena noticia del
evangelio. Y es que Cristo murió por nuestros pecados,
que fue sepultado y que resucitó al tercer
día, según las Escrituras; que se le apareció a
Cefas y más tarde a los Doce. Estos días de Pascua son propicios para
interiorizar cada paso de este anuncio recibido. Anuncio que
aceptamos, sobre el que deseamos fundar nuestra vida y del que estamos
experimentando cómo nos va salvando de tantas cadenas.
Y queremos ser colaboradores para que
este anuncio alcance a toda la tierra. Quizás sin palabras, sin que
hablen, sin que pronuncien, sin que resuene su voz, como nos indica el
Salmo 18. Desde un lugar y tarea, quizás oscuros y sin relevancia social,
podemos estar contribuyendo a que la buena noticia, llegue hasta
los límites del orbe. Y, en “los límites”, pongamos tantísimas situaciones,
lugares, actividades y acontecimientos del ser humano. Ahí podemos y queremos
estar.
Hagamos “un
esfuerzo” de confianza ilimitada para creer y abrirnos a colaborar con Jesús en
su afán por extender su reino de amor. Tú y yo podemos, ¡claro que sí!, porque
estamos fundados en la palabra del Señor; el que cree en
mí, también él hará las obras que yo hago, y aún
mayores. La pobreza personal o la falta de medios humanos no deben
detenernos porque, lo que pidáis en mí nombre, yo lo
haré.
Queremos pues tener grandes deseos y
obras (las que Dios, las propias fuerzas y las circunstancias nos permitan).
Porque sólo nos va a mover, que el Padre sea glorificado en
el Hijo. Con esta certeza vamos a caminar y pensar
que, si me pedís algo en mi nombre, yo lo haré.
Un ejemplo singular de acción escondida,
aunque amorosa, pero de repercusión cósmica, es san José. No podía ser menos el
esposo de aquella que sabiéndose esclava, afirma que la llamarán dichosa todas
las generaciones. José, esposo de María, intercede para que tengamos corazones
de grandes deseos y los ojos y las manos muy atentas a la tarea concreta de
cada instante.