Escribe Juan de Ávila que Dios nos habla
por sus enviados en el Antiguo y Nuevo Testamento excepto en el Evangelio que
nos habla directamente, por sí mismo. Lo que en otras partes ha dicho,
ha sido hablar Él por boca de sus siervos; y lo que habló en la humanidad que
tomó, háblalo por su propia persona. (San Juan de Ávila-Audi, Filia).
Como nos ha comentado Francisco, al
iniciar la oración pidamos al Espíritu Santo la gracia de recordar y entender
el mensaje del Evangelio.
Las lecturas de hoy nos traen tres
conceptos muy importantes para un cristiano: La conversión de Saulo, el
apostolado y la Eucaristía. El apostolado y la conversión de Saulo
están tan vinculados, en los primeros tiempos del cristianismo y en toda la
historia que no se precisa comentario.
El evangelio de hoy nos trae para
meditar la reacción de los judíos al segundo discurso de Cristo sobre el Pan
de vida.
Podemos contemplar como primer punto, la
narración de la conversión de Saulo. Recordar las palabras de Pablo en 1Corintios
15: Finalmente a mí, como abortivo, se me apareció. Pablo no se cree
digno de que el Señor se le aparezca.
Recordemos esto en la oración, al
quedarnos allí donde encontremos consolación. Debemos tener
claro que la consolación ignaciana es don y gracia de Dios nuestro
Señor. Ya nos avisa Ignacio que no alcemos nuestro entendimiento en
alguna soberbia o gloria vana, atribuyendo a nosotros la
devoción o las otras partes de la spiritual consolación. [ Ej.
322]. Pablo e Ignacio coinciden, en que experimentar, de una o de otra
manera, la presencia de Dios es un don, siempre inmerecido.
En el salmo vamos a rezar: Id al
mundo entero y proclamad el Evangelio. Alabad al Señor, todas las naciones,
aclamadlo, todos los pueblos. Firme es su misericordia con nosotros, su
fidelidad dura por siempre.
Podemos memorizar estas frases y orarlas
como indica Ignacio en su tercero modo de orar, en su libro de
ejercicios. Con cada anhélito o resollo se ha de orar mentalmente, diciendo
una palabra, de manera que una sola palabra se diga entre un anhélito y otro, y
mientras durare el tiempo de un anhélito a otro, se mire principalmente en la
significación de la tal palabra, o en la persona a quien reza, o en la bajeza
de sí mismo, o en la diferencia de tanta alteza a tanta bajeza propia. [
Ej. 258].
Finalmente, metiéndonos en la
escena, contemplar a los judíos planteando aquella duda que no podían
comprender: ¿Cómo puede este darnos a comer su carne?
Contemplar la respuesta del maestro,
explicando el Pan de vida y como el que come mi carne
y bebe mi sangre tiene vida eterna, y yo lo resucitaré en el último día.
Quedémonos leyendo, meditando, orando y
contemplando estos ricos pasajes que hoy la Iglesia ha seleccionado para
nosotros.