María
Auxiliadora
1. “Hemos
decidido, el Espíritu Santo y nosotros, no imponeros más cargas que las
indispensables… Al leerla, se alegraron mucho por aquellas palabras
alentadoras”. (Act 15,22-31).
¡Qué gozo nos
comunican los primeros cristianos al compartirnos su libertad, su sencillez, su
amor fraterno, su abandono, su saberse elegidos y conducidos por el Señor,
especialmente en los momentos decisivos!
2. “Te daré
gracias ante los pueblos, Señor...por tu bondad, que es más grande que los
cielos; por tu fidelidad, que alcanza las nubes” (Salmo 56)
Soy un salmo
viviente, cada día el Señor me invita a volver al primer amor, al Principio y
Fundamento de los “Ejercicios” –vivo por Él, para Él- para hacer de mi vida un
servicio permanente, con detalles de renovado y efectivo amor.
3. «Este es mí
mandamiento: que os améis unos a otros como yo os he amado.” (Jn 15, 27)
Qué estupor
produce escuchar el testamento de nuestro Dios Amor que en Cristo nos invita a
amar como Él. Yo me quedo todo el rato de la oración saboreando su dulce y
exigente mandato: “que os améis”; pero grabándome muy adentro COMO YO. Os
comparto el precioso texto del Papa Francisco en “CHRISTUS VIVIT”:
120. Nosotros
«somos salvados por Jesús, porque nos ama y no puede con su genio. Podemos
hacerle las mil y una, pero nos ama, y nos salva. Porque sólo lo que se ama
puede ser salvado. Solamente lo que se abraza puede ser transformado. El amor
del Señor es más grande que todas nuestras contradicciones, que todas nuestras
fragilidades y que todas nuestras pequeñeces. Pero es precisamente a través de
nuestras contradicciones, fragilidades y pequeñeces como Él quiere escribir
esta historia de amor. Abrazó al hijo pródigo, abrazó a Pedro después de las
negaciones y nos abraza siempre, siempre, siempre después de nuestras caídas
ayudándonos a levantarnos y ponernos de pie. Porque la verdadera caída
–atención a esto– la verdadera caída, la que es capaz de arruinarnos la vida es
la de permanecer en el piso y no dejarse ayudar» [67].
123. Mira los
brazos abiertos de Cristo crucificado, déjate salvar una y otra vez. Y cuando
te acerques a confesar tus pecados, cree firmemente en su misericordia que te
libera de la culpa. Contempla su sangre derramada con tanto cariño y déjate
purificar por ella. Así podrás renacer, una y otra vez.
132. ¿Buscas
pasión? Como dice ese bello poema:
¡Enamórate! (o
déjate enamorar), porque «nada puede importar más que encontrar a Dios. Es
decir, enamorarse de Él de una manera definitiva y absoluta. Aquello de lo que
te enamoras atrapa tu imaginación, y acaba por ir dejando su huella en todo.
Será lo que decida qué es lo que te saca de la cama en la mañana, qué haces con
tus atardeceres, en qué empleas tus fines de semana, lo que lees, lo que
conoces, lo que rompe tu corazón y lo que te sobrecoge de alegría y gratitud.
¡Enamórate! ¡Permanece en el amor! Todo será de otra manera». (P. Pedro Arrupe)
4. María
Auxiliadora, la muchacha de Nazaret
Don Bosco
solía repetir “tened verdadera devoción a María Auxiliadora y veréis lo que son
milagros”. Nuestro Mes de las Flores entra en la recta final, a una semana ya
de su culmen con la fiesta tan entrañable de la Visitación. Ten un coloquio
filial con Ella, nuestra Madre, nuestra Locura, y como el P. Morales y Don
Bosco te convencerás de que TODO LO HACE ELLA.
El Papa
Francisco, buen exalumno salesiano, nos regala esta perla:
“En el corazón
de la Iglesia resplandece María. Ella es el gran modelo para una Iglesia joven,
que quiere seguir a Cristo con frescura y docilidad. Cuando era muy joven,
recibió el anuncio del ángel y no se privó de hacer preguntas (cf. Lc 1,34).
Pero tenía un alma disponible y dijo: «Aquí está la servidora del Señor» (Lc
1,38) […]María era la chica de alma grande que se estremecía de alegría (cf. Lc
1,47), era la jovencita con los ojos iluminados por el Espíritu Santo que
contemplaba la vida con fe y guardaba todo en su corazón de muchacha (cf. Lc
2,19.51). Era la inquieta, la que se pone continuamente en camino, que cuando
supo que su prima la necesitaba no pensó en sus propios proyectos, sino que
salió hacia la montaña «sin demora» (Lc 1,39)” (nn.43-46).