Dentro del discurso de despedida de
Jesús está esta alegoría de la vid tan preciosa. Jesús resalta que todo debe
ser hecho en unión con él sin ningún individualismo ni narcisismo para que
edifique la Iglesia; la oración purifica nuestra vida para llevarnos a esta
unión con Jesucristo.
Propongo un texto de san Francisco de
Sales que pone de relieve esta realidad y nos puede servir para vivir la
oración en toda su riqueza de amor.
Francisco de Sales, Conversaciones
Espirituales: El amor propio no nos deja confiar en Dios:
Hay personas que se muestran muy
habladoras y afanosas en los deseos que tienen de perfección y andan buscando
quienes las escuchen y les den nuevos métodos a seguir.
Se entretienen hablando de la perfección
que quieren adquirir y se olvidan del medio principal, que es el de mantenerse
tranquilas, poniendo su confianza sólo en Aquél que únicamente puede dar
crecimiento a lo que ellas han sembrado y plantado. Todo nuestro bien depende
de la gracia de Dios, en la cual ponemos toda nuestra confianza.
Parece estas almas que se afanan
buscando la perfección han olvidado o ignoran lo que dijo Jeremías: «Pobre
hombre, ¿qué haces al poner tu confianza en tu trabajo y tu industria? ¿no
sabes que te corresponde a ti cultivar la tierra, labrarla y sembrarla, pero
que es Dios quien da el crecimiento a las plantas y hace que tengas buena
cosecha en tus tierras sembradas? Ya puedes rogar, que de nada te servirá si
Dios no bendice tu trabajo.» Es cierto que nos toca a nosotros trabajar bien,
pero Dios es el que hace que a nuestro trabajo siga el éxito. Por nosotros
mismos nada podemos sin la gracia de Dios y en ella hemos de poner toda la
confianza sin esperar nada de nosotros mismos.
No nos afanemos en nuestro trabajo, pues
para que esté bien hecho hemos de poner todo nuestro cuidado, con tranquilidad,
serenamente, sin poner la confianza en él, sino en Dios y en su gracia.
Esas ansiedades de espíritu que
mostramos para avanzar en nuestra perfección y para saber si avanzamos, no son
en absoluto agradables a Dios y no sirven sino para satisfacer el amor propio,
que todo lo enreda y que quiere abarcar mucho y luego no hace nada.
Una obra buena, hecha con tranquilidad
de espíritu vale más que muchas hechas con apresuramiento.