* Primera lectura: Los hermanos que escoltaban a Pablo lo llevaron hasta Atenas. Después
de Filipos, ahora Atenas, la capital de Grecia.
Si Roma es la capital administrativa del
Imperio, Atenas sigue siendo la capital filosófica y allí llega Pablo, con dos
o tres cristianos. Sin entrar en el detalle de una evocación histórica, vale la
pena de considerar lo que Atenas significa. Es una ciudad de un medio millón de
habitantes, una ciudad inhumana en la que esclavos y pobres constituyen los dos
tercios de la población. Una ciudad cosmopolita en la que se mezclan y se
enfrentan todas las razas. Una ciudad depravada donde alardean cínicamente
todos los vicios.
Y con todo, guiado por el Espíritu, es a
esas grandes ciudades que Pablo se lanza prioritariamente.
A nosotros, que encontramos también la
dificultad de dar a conocer el Evangelio a un mundo masivamente
paganizado, ¡danos, Señor tu Espíritu! ¡Concédenos poder introducir
el Evangelio en el corazón del mundo!
El Areópago es la «plaza» central de
Atenas. El lugar donde se reúnen los filósofos y los estudiantes para
discutir. Vemos brevemente la estructura del discurso de Pablo en el
Areópago (vv. 22-31):
• (1) Exordio
(captatio benevolentiae): invocación al Dios desconocido (vv. 22b-23)
• (2) Parte
narrativa (narratio): preparación evangélica (vv.24-29): fe en el Dios
verdadero:
• Dios
creador: crítica de la idolatría (vv.24-25)
• Relación de
Dios con la humanidad: crítica del politeísmo(vv.26-29)
• (3) Parte
argumentativa (argumentatio): anuncio del evangelio (vv. 30-31)
• Todos y en
todas partes deben convertirse (v. 30)
• Porque va a
juzgar al mundo según justicia (v.31a)
• Por el
hombre que ha resucitado (v.31b).
«Pues bien, ese «Dios desconocido» que
vosotros veneráis sin conocerlo, yo vengo a anunciároslo...» Había visto
también un altar con esta inscripción: «Al dios desconocido». Es decir, a la
multitud y variedad de todo lo que pudiera existir.
«Los hombres buscan a Dios y van a
tientas esforzándose en alcanzarlo...» San Pablo no rechaza el esfuerzo de los
hombres para encontrar a Dios. Todas las religiones, en cierto modo, son una
búsqueda titubeante de Dios. Eso es respetable. El Concilio vaticano II trató
ese tema: «La Iglesia Católica no rechaza nada de lo que en estas
religiones hay de santo y verdadero.... Considera con sincero respeto los modos
de obrar y de vivir, los preceptos y doctrinas que, por más que discrepen en
mucho de lo que ella profesa y enseña, aportan sin embargo, no pocas veces, un
destello de aquella Verdad que ilumina a todos los hombres.» (Vat.II.Nostra
aetate, 2).
Dios, pues, anuncia ahora a los
hombres... que ha designado a un hombre, que habiéndolo resucitado de entre los
muertos… ¡Aquí está lo esencial!: ¡La resurrección de Jesús! Después
de los preliminares de orden cultural o filosófico, llega a hablar de «Jesús»
en su misterio principal. ¡Su predicación, sobre este punto, será
un fracaso...aparente! Algunos se le juntaron y creyeron, entre
ellos Dionisio el areopagita, una mujer llamada Dámaris y algunos más con
ellos. Después de esto, dejó Atenas y se fue a Corinto.
* Evangelio: El Espíritu de la Verdad guiará hasta la Verdad plena. Jesús pone de
relieve una de las funciones del Espíritu Santo: guiará a los discípulos hasta
la Verdad plena, completando sus enseñanzas y dándoles a conocer las realidades
futuras. Comenta San Agustín:
«El Espíritu Santo, que el Señor
prometió enviar a sus discípulos para que les enseñase toda la Verdad, que
ellos no podían soportar en el momento en que les hablaba –del cual dice el
Apóstol que hemos recibido ahora en prenda, para darnos a entender que su
plenitud nos está reservada para la otra vida– ese mismo Espíritu enseña ahora
a los fieles todas las cosas espirituales de que cada uno es capaz. Mas también
enciende en sus pechos un deseo más vivo de crecer en aquella caridad que les
hace amar lo conocido y desear lo que no conocen, pensando que aun las cosas
que conocen en esta vida no las conocen como se han de conocer en la otra vida,
que ni el ojo vio, ni el oído oyó, ni el corazón pudo imaginar» (Tratado 97,1 sobre el Evangelio de San Juan).
ORACIÓN FINAL
Dios todopoderoso, que derramaste el
Espíritu Santo sobre los apóstoles, reunidos en oración con María, la Madre de
Jesús, concédenos, por intercesión de la Virgen, entregarnos fielmente a tu
servicio y proclamar la gloria de tu nombre con testimonio de palabra y de
vida. Por Jesucristo, nuestro Señor. Amén.