Antes de ponerte en este rato de oración
haz un acto de presencia de Dios. Dios te envuelve por todos los sitios y te
rodea de todo su amor. Siente que está a tu lado y que sin su ayuda no podemos
hacer ni decir nada.
En este tiempo pascual, parece que Jesús
se obsesiona con hacerse presente en nuestra vida: “Yo soy el pan de vida. El
que viene a mí no tendrá hambre, y el que cree en mí no tendrá sed jamás.”
Estamos en tiempo pascual, estamos en el
mes de mayo y estamos preparando la celebración del 100 aniversario de la
consagración de España al Corazón de Jesús: todo en nuestro derredor nos habla
del amor que Dios nos tiene. Te invito a leer la exhortación apostólica que nos
ha mandado el Papa en estos días “Christus vivit”. Incluso la puedes descargar
porque te la mando como adjunto en el correo de hoy. Te señalo algunos puntos:
Ante todo, quiero decirle a cada uno la
primera verdad: “Dios te ama”. Si ya lo escuchaste no importa, te lo quiero
recordar: Dios te ama. Nunca lo dudes, más allá de lo que te suceda en la vida.
En cualquier circunstancia, eres infinitamente amado.
Quizás la experiencia de paternidad que
has tenido no sea la mejor, tu padre de la tierra quizás fue lejano y ausente
o, por el contrario, dominante y absorbente. O sencillamente no fue el padre
que necesitabas. No lo sé. Pero lo que puedo decirte con seguridad es que
puedes arrojarte seguro en los brazos de tu Padre divino, de ese Dios que te
dio la vida y que te la da a cada momento. Él te sostendrá con firmeza, y al
mismo tiempo sentirás que Él respeta hasta el fondo tu libertad.
En su Palabra encontramos muchas
expresiones de su amor. Es como si Él hubiera buscado distintas maneras de
manifestarlo para ver si con alguna de esas palabras podía llegar a tu corazón.
Por ejemplo, a veces se presenta como esos padres afectuosos que juegan con sus
niños: «Con cuerdas humanas los atraía, con lazos de amor, y era para ellos
como los que alzan a un niño contra su mejilla» (Os 11,4). A veces se presenta
cargado del amor de esas madres que quieren sinceramente a sus hijos, con un
amor entrañable que es incapaz de olvidar o de abandonar: «¿Acaso olvida una
mujer a su niño de pecho, sin enternecerse con el hijo de sus entrañas? Pues,
aunque ella se olvidara, yo no te olvidaré» (Is 49,15). Hasta se muestra como
un enamorado que llega a tatuarse a la persona amada en la palma de su mano
para poder tener su rostro siempre cerca: «Míralo, te llevo tatuado en la palma
de mis manos» (Is 49,16). Otras veces destaca la fuerza y la firmeza de su
amor, que no se deja vencer: «Los montes se correrán y las colinas se moverán,
pero mi amor no se apartará de tu lado, mi alianza de paz no vacilará» (Is
54,10). O nos dice que hemos sido esperados desde siempre, porque no aparecimos
en este mundo por casualidad. Desde antes que existiéramos éramos un proyecto
de su amor: «Yo te amé con un amor eterno; por eso he guardado fidelidad para
ti» (Jr 31,3). O nos hace notar que Él sabe ver nuestra belleza, esa que nadie
más puede reconocer: «Eres precioso a mis ojos, eres estimado y yo te amo» (Is
43,4). O nos lleva a descubrir que su amor no es triste, sino pura alegría que
se renueva cuando nos dejamos amar por Él: «Tu Dios está en medio de ti, un
poderoso salvador. Él grita de alegría por ti, te renueva con su amor, y baila
por ti con gritos de júbilo» (So 3,17).
Para Él realmente eres valioso, no eres
insignificante, le importas, porque eres obra de sus manos. Por eso te presta
atención y te recuerda con cariño. Tienes que confiar en el «recuerdo de Dios:
su memoria no es un “disco duro” que registra y almacena todos nuestros datos,
su memoria es un corazón tierno de compasión, que se regocija eliminando
definitivamente cualquier vestigio del mal». No quiere llevar la cuenta de tus
errores y, en todo caso, te ayudará a aprender algo también de tus caídas.
Porque te ama. Intenta quedarte un momento en silencio dejándote amar por Él.
Intenta acallar todas las voces y gritos interiores y quédate un instante en
sus brazos de amor.
Mira a la Virgen siempre que te
encuentres en necesidad; siempre que falles, incluso cuando cometas el mayor
pecado del mundo; porque en esos ojos siempre vas a encontrar amor, comprensión
y perdón.