Estamos en la semana de Epifanía que va del 6 de enero hasta el Domingo del Bautismo del Señor. El sentido de estos días lo encontramos en el prefacio de la Misa de la Epifanía del Señor, que da gracias porque Jesús es la luz de todos los pueblos, que están representados en los Reyes magos que acuden a Belén a adorarlo:
“Hoy has revelado en Cristo, para luz de los pueblos,
el verdadero misterio de nuestra salvación;
pues al manifestarse Cristo en nuestra carne mortal
nos hiciste partícipes de la gloria de su inmortalidad”.
Así, podemos comenzar pidiendo a Jesús que nuestra vida le manifieste como luz, que nuestras obras den testimonio de que Él es nuestro salvador.
Releyendo las lecturas desde la óptica del Año de la fe, buscamos aquellas palabras que se refieren al don de la fe.
“¿Quién es el que vence al mundo, sino el que cree que Jesús es el Hijo de Dios?” El mundo al que se refiere el apóstol san Juan es ese ambiente negativo que se opone al Reino de Dios seduciendo a los hombres con los valores terrenos y materiales, con criterios de dinero, fama y poder, apartándolos de Dios. Pablo VI lo describía así: “Una concepción de la vida deliberadamente ciega sobre su verdadero destino, y sorda a la vocación del encuentro con Dios; un espíritu egocéntrico, minado por el placer, la fatuidad, la incapacidad de amor verdadero. En suma, la fascinatio nugacitatis (Sb 4,12), la seducción de los valores efímeros e inadecuados a las aspiraciones profundas y esenciales del hombre”.
La fe nos da la posibilidad de vencer sobre esta visión de la vida que hace esclavos a los hombres, porque nos une a Jesús, el Hombre nuevo. Él nos hace nacer de nuevo mediante la fe como hijos de Dios, nos libera del pecado y nos regala el don de la vida divina. ¡Qué consoladora en la frase final de la primera lectura!: “Os he escrito estas cosas a los que creéis en el nombre del Hijo de Dios, para que os deis cuenta de que tenéis vida eterna”.
El evangelio nos presenta al vivo en el leproso cuanto venimos diciendo de la fe: el encuentro con Jesús le cura de su enfermedad, la lepra, imagen pavorosa del pecado que corrompe el alma. Su fe le lleva a suplicar con humildad y a hacer cuanto Jesús le indica para su sanación. En nuestra oración de este día pidamos con fe al Señor que nos sane de nuestras miserias; dejemos que su mano nos toque en el sacramento del perdón y en la Eucaristía, pues a Cristo se le toca mediante la fe (san Agustín). Se cumplirán en nosotros las palabras de salmo 103:
“Él perdona todas tus culpas
y sana todas tus enfermedades,
Él rescata tu vida de la fosa
y te colma de gracia y de ternura”.
Concluimos la oración con una súplica que recoja nuestra meditación: “Señor, auméntanos la fe, para que creamos que Jesús es el Hijo de Dios; en Él hemos recibido el perdón de nuestros pecados y el don de una vida nueva; por Él vencemos al mundo, que quiere quitarnos la libertad de los hijos de Dios, y somos ya herederos de la vida eterna”.