A lo largo de esta semana el evangelio de la misa nos va presentando
distintas manifestaciones de Jesús. La de hoy corresponde a la multiplicación
de los panes. En ella Jesús nos revela no solo su poder, sino también su
bondad. Pidamos luz al Espíritu Santo para adentrarnos en el interior del
Corazón de Jesús, para que conociéndole más le amemos, y amándole, le sigamos.
Composición
de lugar. Jesús con sus discípulos se habían
dirigido en barca a un lugar desierto para descansar, porque “no encontraban
tiempo ni para comer”. Pero “muchos los vieron marcharse y los
reconocieron; entonces de todas las aldeas fueron corriendo por tierra a aquel
sitio y se les adelantaron”. La tradición sitúa este lugar en Tabgha, al
pie del monte de las bienaventuranzas, cerca del lago de Tiberiades, en donde
se encuentra “la iglesia de la multiplicación”, reconstruida en el siglo XX
sobre otras de los siglos IV y V.
Puntos de
oración. Fijémonos sobre todo en los
sentimientos y en las acciones de Jesús.
1. Jesús vio. Jesús está pendiente. Jesús nos mira. Jesús
no es indiferente a nuestra situación. Lo que vio fue “una multitud”.
Pero dentro de esa muchedumbre tiene ojos para cada uno de los hombres y
mujeres y niños que allí están. Lo mismo ayer que hoy. ¿Somos conscientes de
que Jesús nos ve? Como decía santa Teresa a sus hijas carmelitas: “Mira que te
mira...”
2. A Jesús “le dio lástima...” Podríamos pensar que el
Señor -que había ido a ese lugar buscando la tranquilidad- al ver a la multitud
que se acercaba, huiría en barca a otra parte. Sin embargo, se compadeció. “... Porque
andaban como ovejas sin pastor”. Él se definirá como el Buen Pastor (Jn 9,
11-15), que conoce a sus ovejas y que da la vida por ellas. Consideremos, ¿qué
sería de una oveja sin su pastor? Sería incapaz de encontrar los pastos, de
alcanzar un lugar seguro... estaría destinada a ser, antes o después, carne
para lobos... Y consideremos, ¿qué sería de nosotros sin el Buen Pastor? ¿A
quién acudiríamos? ¿Qué futuro nos esperaría?
3. Jesús “se puso a enseñarles con calma”.
Hagámonos unos más de la multitud. Prestemos atención a las palabras de Jesús.
¿Qué les enseñaría? ¿Las bienaventuranzas -pronunciadas ahí al lado-? ¿Les
recordaría “no solo de pan vive el hombre”? ¿Les hablaría del pan de vida?
4. Jesús “les dio de comer...” Alguien podrá decir: “Oye,
espera... eso no es lo que dice el evangelio. Lo que dice es: ‘dadles
vosotros de comer’ ”. Es cierto, pero en definitiva es Jesús el que
alimenta a la multitud, sirviéndose de sus brazos largos, que son sus
discípulos. Jesús baja a los detalles. Alimenta el alma... y el cuerpo.
También, después de la resurrección, a los discípulos a la orilla del lago, les
tendrá preparadas “unas brasas con un pescado encima y pan” (Jn 21, 9).
¿Y cómo es nuestro amor a Jesús y a los demás; baja también a los detalles?
5. “Cinco panes y dos peces...” Jesús nos pide lo poco que
tenemos. ¿Qué son nuestros pobres dones para tantas necesidades? Pero puestos
en sus manos... Él los multiplica.
6. “Y tomando los panes, pronunció la bendición, partió los panes
y se los dio...” Son los cuatro verbos de la consagración eucarística:
tomó, bendijo, partió, dio... ¿No reconocemos en estos signos un preludio de la
Eucaristía? ¿Y no reconocemos en la Eucaristía las mismas actitudes que Jesús
muestra en este pasaje? Nos ve, nos enseña, nos da de comer...
7. “Comieron todos y se saciaron...” Es la conclusión del
episodio de hoy, y también la de cada eucaristía que celebramos, la de cada
comunión que hacemos. “Jesús: solo Tú sacias mi hambre y mi sed. Solo tú colmas
mis ansias de felicidad, solo Tú me llenas plenamente”.
Oración final: “Señor, Dios nuestro, cuyo Hijo se manifestó
en la realidad de nuestra carne, concédenos poder transformarnos interiormente
a imagen de aquel que hemos conocido semejante a nosotros en su humanidad. Por
Jesucristo nuestro Señor” (Oración colecta).