¡Señor, si quieres, puedes limpiarme! ¡Cambia mi corazón de piedra en un corazón de carne!
Las lecturas de la misa de hoy nos llaman a suplicar un corazón blando, tierno, limpio y puro. La carta a los hebreos nos avisa del peligro de endurecer el corazón si somos malos, si dejamos entrar la maldad o la incredulidad en nuestra vida. Cada maldad, cada pecado venial, cada falta de fidelidad a los compromisos adquiridos, cada mal pensamiento, cada falta de fe y de confianza en Dios y en los demás… endurece nuestro corazón. ¡No dejes que eso ocurra, Señor!
Nosotros queremos ser buenos y creyentes, pero no siempre lo somos y pecamos. Somos conscientes de que esto es así, que a veces hacemos el mal que no queremos. Por eso el milagro narrado del evangelio de san Marcos es tan consolador: Tenemos un médico que nos puede hacer la cirugía cardíaca. Sólo tenemos que pedírselo, con humildad: ¡Si quieres, puedes limpiarme! Y como al leproso del evangelio, el Señor está deseando limpiarnos.
Al limpiarnos de nuestros pecados el corazón se va ablandando también, y se hace más tierno y suave para con los demás. Es más, se hace anunciador del bien, como le pasó al leproso que no fue capaz de callar el bien que había recibido.
¡Qué buena idea que la oración de hoy nos pueda servir para una buena confesión lo más pronto posible! Sentir la alegría del perdón de Dios; sentirse limpio de esas miserias que no queremos, pero que aparecen; sentir el gozo de entregarle a Dios precisamente esas miserias para que él pueda hacer de Dios y curarnos…
Abelardo lo cantaba así, poniendo en labios del Padre de los cielos esta consideración al alma:
¿Por qué sufres alma mía,
viéndote así,
sumergida en tu miseria,
si estás en Mí?
En mi corazón de Padre
te guardo Yo,
que hago lo pequeño grande
y de Virgen nací Dios.