Éste es uno de los momentos de la vida de Jesús en que más seguidores tiene, aunque le siguen por sus milagros, sin entender sus enseñanzas. En Él podemos observar tres características que resaltan en su personalidad:
La soledad: A Jesús le gusta apartarse de la ciudad para poder estar más en contacto con la tranquilidad de la naturaleza y así conseguir un clima más austero y poder entrar mejor en oración; además se lleva a sus amigos para que valoren esta naturaleza y hablarles más en profundidad de las Manos que la crearon; luego volverán a la ciudad siguiendo con la actividad y preparándose para transmitir posteriormente el mensaje de verdad; pero Jesús siempre encuentra algún hueco para orar a solas con el Padre en medio de la naturaleza.
El servicio: En esta ocasión les sigue mucha gente porque se corrió la voz por diferentes pueblos de que Jesús era un hombre bueno, un hombre diferente y que sanaba las enfermedades con sólo desearlo. Nunca rehuía de atender a alguien; todos le importaban y no descansaba o se tomaba días de vacaciones al menos que fueran dirigidos a orar intensamente con el Padre para volver a la carga; era dejarse sorprender por la aventura de una misma rutina en diferentes lugares sirviendo a distintas personas, viviendo el “No he venido a que me sirvan, sino para servir”.
La humildad: Él sabía el buen equilibrio entre el aprovechar el tiempo que tenía en el Mundo para convertir a sus coetáneos y saber observar para darse cuenta de ciertas situaciones que a primera vista sin detenimiento ni reflexión no se ven. Cuando le quieren proclamar rey, sabe que no han comprendido su mensaje y que aún no le conocen; por eso en alguna ocasión humildemente se retira solo, para orar, ante la incomprensión hasta de sus más íntimos; una humildad parecida a la del silencio ante las inoportunas preguntas que le formula Herodes.
Llevemos estas tres virtudes de Jesús a nuestras vidas, para irnos pareciendo cada vez un poco más a Él.